domingo, 28 de junio de 2015

OTROS TIEMPOS PARA EL CENTRO DE PALMA



Una de las dialécticas más antiguas y engañosas consiste en la nostalgia. El paso del tiempo trasmuta los metales pobres en oro puro, disimula los aspectos más oscuros. Hace brillar los recuerdos como si todo tiempo pasado fuera mejor. Lo cual no es cierto.

   Pero es verdad que ciertos cambios sobrevienen de repente, causándote una cierta sorpresa. Y el contraste entre lo nuevo y lo antiguo te sume en una especie de letárgica perplejidad. Con ganas de contar a todo el mundo que, otrora, las cosas eran de otro modo.

   Por ejemplo, si vives en el centro de Palma, un día te sorprendes añorando la presencia de vecinos. Aquellas señoras mayores de toda la vida. Los matrimonios. Los niños. Porque han ido desapareciendo de tu escalera, sustituidos por los turistas. Constantemente suben y bajan por la escalera cargados con sus maletas de ruedas. Ya no escuchas las peleas de la pareja de abajo por el ventanuco del baño, sino las frases incomprensibles dichas en alemán, inglés o ruso. Tus vecinos son una especie de espejismo. Gente desconocida. Una reencarnación sin rostro del turista alquilante de piso en el centro.

   Sales a la calle, y te sorprendes enunciando los comercios tradicionales que han desaparecido en el barrio. Colmados, mercerías, tiendas de tejidos... Esos establecimientos sólo viven en tu memoria. Porque en la calle han sido sustituidos por tiendas de "souvenirs", "take away", pizzerías exprés, o dispensadores de "gelato". Todas muy parecidas, y muchas veces con las puertas abiertas y la música a todo volumen.

   Y en ese mismo lugar, surge el recuerdo de los años en que la gente se cruzaba por los callejones angostos de Canamunt y los señores se tocaban el ala del sombrero. O las parejas andaban cachazudamente hacia misa en Santa Eulàlia. Incluso aquellos turistas huérfanos y solitarios, como robinsones del mapa y el "¿Katedrale?". Hoy te ves refugiándote en un portal para sortear el paso de varias galeras de caballos, filas de extraños vehículos de dos ruedas con usuarios en forma de champiñón, grupos en bici...

  Las tardes de silencio levítico, con el sonido de En Figuera resonando campanudamente por las casas, han dado paso a miles de músicas dispares. La calle se ha llenado de acentos distintos y coloristas. Músicos, estatuas vivientes, vendedores. Esa Palma típica que tanto se promociona como capital de la calma ha desaparecido.

  Nunca tiempo pasado fue mejor. Pero eso de "la mejor ciudad del mundo" resulta francamente raro.

miércoles, 17 de junio de 2015

OBJETOS DE DESEO




A lo largo de los años, conservamos el recuerdo de muchas cosas. A veces, con cierto empeño y monumentalidad. Esas fotos de viajes, de actos sociales. Cartas antiguas, entradas de conciertos. Es el pequeño universo afectivo que en cierta manera nos justifica. Al cual volvemos una y otra vez en busca de un sitio en el mundo.
  Pero hay un tema por el que generalmente pasamos de largo. Que obviamos. Y sin embargo tiene un hondo calado. Me refiero a los objetos de deseo.
  Aunque cueste de reconocer, nuestra vida también está marcada por objetos que en un determinado momento han despertado nuestro deseo más absoluto. Es un sentimiento que se remonta sobre todo a la infancia, cuando las cosas deseables adquieren un halo mágico. Una entidad ontológica superior a la realidad habitual.
  Deberíamos volver de vez en cuando a esa visión retrospectiva. Recordar aquellos objetos que nos fascinaron de niños. Con los que soñamos durante semanas o meses. Que acariciábamos con la imaginación. Ellos despertaron en nuestro interior un mundo paralelo, feérico. Tan fascinante y minúsculo como esos paisajes para trenes eléctricos con sus luces y casitas.
  Recuerdas aquel juego de muñecos. Lo mirabas en el escaparate de la juguetería. Te parecía que el día en que lo tuvieras todo sería distinto. Alcanzarías la felicidad más absoluta. Los reproducías de forma invisible con la imaginación. Lo mismo que aquella pelota, aquel instrumento, aquella bicicleta, aquel coche de bomberos de hojalata...
   Equivocadamente, consideramos como momento real aquel en el cual logramos nuestro deseo. Falso. La auténtica realidad, platónica y sublimada, es la del preámbulo. Cuando esperábamos con ansiedad que llegara el momento de alcanzarlos.
  Deberíamos tener una galería bien presente de todos los objetos del deseo de nuestra historia. Porque, en cierto modo, ellos explican nuestra existencia.

VENCEJARIA






No hay nada más literario que el regreso de vencejos y golondrinas. Estos días, me asomo a la ventana y los veo revoloteando por el cielo. Vencejeando por los terrados. Te preguntas por qué justamente estas aves han gozado de tanta bibliografía. Desde el popular "volverán las oscuras golondrinas" de Bécquer a los capítulos dedicados a estos pájaros por escritores como Ramón Gómez de la Serna o Cristóbal Serra.
Tal vez por su marcada estacionalidad. Marcan el inicio de la primavera, el regreso del buen tiempo y el calor. O quizás por su alboroto consustancial. Así como otras aves parecen piar sólo en ciertos momentos comunicativos, los vencejos cantan sin cesar. Como si se estuviesen enviando telegramas para ellos mismos.
Ves cómo se acercan a los márgenes de los tejados. Y se introducen vertiginosamente en su nido, para salir al poco. Siempre de forma estrepitosa.
Los vencejos tienen unas alas enormes, desproporcionadas para su medida. Y vuelvan sin descanso. No se balancean en los cables telefónicos, ni dan saltitos por el asfalto como otras especies. Siempre vuelan y vuelan. Te los imaginas durmiendo en pleno vuelo. Aprovechando esas caídas libres a las que se entregan para echar un sueñecito antes de volver a empezar.
¿Por qué representan algo para nosotros? Tal vez, por ese contraste tan vívido con la solemnidad inerte de la ciudad, las paredes y los campanarios. La historia, el pasado, la piedra. Y sobre ella, el alboroto inquieto de centenares de acentos circunflejos en movimiento.
Quizás porque simbolizan los impulsos genesíacos de la vida. Esos que laten en la Naturaleza y surgen y rebrotan de la muerte y la desgracia, así como ellas vuelven después del frío y del invierno.
O puede ser que representen nuestros sentimientos más libres. Que sin previsión ni control, atraviesan el cielo azul de las emociones cuando menos te lo esperas.

PRESENTAMOS EL PRIMER LIBRO SOBRE EL ARQUITECTO FERRAGUT




El próximo lunes, día 22, presentamos el libro de J. Ferragut sobre el arquitecto JOSEP FERRAGUT POU, autor del edificio de GESA y muchos otros proyectos de Palma.
Un acto de justicia con una figura destacada de la arquitectura del siglo XX en Mallorca, injustamente olvidada.
El acto se celebra en el salón de actos del Col·legi d'Arquitectes (carrer de la Portella) a las 19 horas.