En la foto, predicando sobre una cueva funeraria.
La transicienta
A la Cenicienta le tocaban las doce de la noche y los oropeles se te tornaban en harapos. Una cosa parecida nos está ocurriendo con la herencia de la Transición. Durante tantos años, considerada como un proceso político ejemplar. Modelo para el mundo. Que fue capaz de salir de un régimen autoritario en decadencia para llegar a un sistema democrático avanzado, dentro de los parámetros del estado de bienestar.
Pero, dong-dong-dong-dong, el sueño parece desvanecerse. Mucho de lo que se consideró como trampolín económico fue fruto de la burbuja inmobiliaria y de la especulación. Hoy, constituye un lastre envenenado cara al futuro. La acción política está revelando su cara más hedionda y oscura, con una rampante corrupción que sólo comienza a destaparse. Incluso la Monarquía, tema intocable durante tantos años, se ve afectada ahora por un alud de revelaciones que la ponen en la peor de las almonedas.
¡Es la Transicienta! La Transición que, tocadas las doce, ha cambiado el coche de caballos por una calabaza y cuatro ratas. El sueño ha terminado.
Una expresión se ha puesto de moda: “Con la que está cayendo, hay que reinventarse”. ¡No por favor! Por lo que ahora se ve, hemos pasado muchos años auténticamente “inventados”. Creyendo en valores que después han resultado una quimera, o peor: una tapadera. Nos creíamos en la “Champions league” de la economía mundial, a la cabeza de la “Alianza de civilizaciones”, espejo de transiciones para todo el mundo. Y en gran parte todo fue una invención.
Así que de “reinventarse”, nada. Lo que hay que hacer, de una vez por todas, es dejarse de inventos. Y asumir la realidad.