viernes, 31 de julio de 2009

LA VERDAD OSCURA




La verdad, entendida como aquello que puede resultar actuante y constatable, no es un bloque de mármol pulido. Se parece más bien a una piedra oscura, con sus aristas y recovecos. Con cristales de cuarzo sí, pero también oculta por depósitos terrosos.

Siempre me ha interesado lo irracional, aquello que se escapa del concepto reductivo de la realidad. Entre muchos otros temas, me fijé en la tesis espírita. Conocí a unos pocos mediums y siempre tuve una sensación ambigua. No podía creer directamente en sus trances y personajes ultratúmbicos. No sentía el hálito de una realidad distinta en sus palabras. Pero al mismo tiempo había algo incomprensible de verdad en sus representaciones.

A principios de los 80, el vidente Joan Comas era muy conocido no sólo en Mallorca, sino en todo el país. Eran los tiempos del programa de Jiménez del Oso y el descubrimento masivo de la "dimensión oculta". Comas era un hombre corpulento, de aspecto saludable, siempre con unas gafas oscuras y gestos comedidos. Era fácil cruzarse con él por la calle.

El 30 de noviembre de 1983 se atrevió a llevar a cabo una experiencia insólita: una sesión de espiritismo retransmitida en directo por la radio. Tuve la oportunidad de asistir a ella para escribir un reportaje. Comas llegó con su ayudante y ya preparó a los presentes para lo que podía ocurrir. Tenía varios "espíritus" que acudían a su llamada. Entre ellos uno un poco "mariquita" llamado Rafi.

Cuando empezó, cerraba los ojos con esfuerzo. Los radioyentes hacían preguntas estrambólicas. Y Comas, entre retorcimientos y cambios de voz, respondía con afirmaciones muchas veces peregrinas.

Jesús Tomás Benito, que oficiaba de presentador, intervino un momento para aclarar: "Nos dicen que todos los perros de los alrededores de la emisora están aullando".

Una de las intervenciones de descarnados correspondía a un tal "mestre Jaume" de sa Pobla. Se le empezó a preguntar por gente desaparecida, por la suerte de ciertos difuntos. Y uno de los presentes dijo con atrevimiento: "¿Quién de los aquí presentes morirá primero?" Se hizo un silencio incómodo y un poco gélido. Creas o no, a nadie le gusta que le anuncien estas cuitas. Lagarto, lagarto.

Comas, o "mestre Jaume de sa Pobla", se lo pensó un instante. Y luego dijo: "Joan Comas".

Toda esta historia me había caído en el olvido. Pero paseando por el cementerio de Palma, hallé la lápida de Comas. Murió el año 1988. Busqué por internet y hallé un fragmento del libro "Tratado de espiritismo" con la biografía de Comas.

http://books.google.es/books?id=Z049G5I-YZQC&pg=PA119&lpg=PA119&dq=juan+comas+1988+espiritismo&source=bl&ots=jadRzN3dZ4&sig=dAH0C-wdRn6mZfJdMRm1rObIwfo&hl=es&ei=uK5ySsyNBIGQjAeR5-inBg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1#v=onepage&q=juan%20comas%201988%20espiritismo&f=false

Allí cuenta que el médium intercambió su vida por otra y cita la sesión de Radio Mallorca, pero situándola en 1987. En ese caso el anuncio de Comas revelando su propia muerte adquiría un tinte espectacular.

Pero aunque no fuera así, y la diferencia no fuera de un año sino de cinco, no deja de ser un anuncio sorprendente. Representa una verdad extraña. Probablemente ninguno de los que estábamos allí murió antes que él.

De manera que tuvo razón. Y a pesar de los aspavientos, pese a las pifias de algunos de los espíritus en él reencarnados, una parte poliédrica de su actuación era "real".

En este campo de lo esotérico, parece como si las cosas fuesen así. Pasan de lo más alto a lo más bajo sin inmutarse. Pueden ser un día verdad y otro exageración o fantasía.

Como si al resultado final no le importara en absoluto.

domingo, 26 de julio de 2009

EL CEMENTERIO Y LOS SUEÑOS



Trabajar en el tema del cementerio de Palma como elemento patrimonial me ha dado una perspectiva diferente del tema. Hace años, recogía documentación para escribir un libro sobre las necrópolis de Mallorca, pero bajo la óptica legendaria. Y me sorprendió que varias personas que trabajaban ocasionalmente en los recintos confesaban que no podían evitar soñar constantemente con el cementerio.

Ahora que soy yo el que paso horas y horas entre tumbas, me pasa lo mismo. Eso me da mucho que pensar. ¿Por qué esa porosidad del mundo simbólico funerario con los sueños?

Al final comprendes que el cementerio romántico es la representación perfecta de un paisaje arquetípico. Es un jardín de contenidos profundos. La estampa del inconsciente.

En primer lugar, porque te pone en comunicación con la comunidad de los muertos, los antepasados, el sentido vertical y remoto de las generaciones. En la vida diaria no tenemos esa sensación de formar parte de un todo misterioso e invisible. Pero en el cementerio sí.

Además, la simbología de todos los monumentos resulta altamente emocional: dolor, pérdida, tristeza, miedo. Un cementerio romántico es un museo de los sentimientos más profundos.

El cementerio romántico posee también un alto grado de onirismo. La escenografía es totalmente surreal, onírica. No es extraño que contaminen los sueños, porque es el mismo paisaje.

Y finalmente, el cementerio te saca a flote los temas más oscuros: los recuerdos, las ausencias, el sentido de la vida. Y todo eso te coloca en el ascensor de la introspección quieras o no.

Paseando por entre tumbas te das cuenta de una sorprendente verdad: los muertos somos nosotros.

martes, 21 de julio de 2009

DIVULGAR Y PRESERVAR, EL CASO PRÁCTICO DEL DOLMEN DE S'AIGO DOLÇA (MALLORCA)




Divulgar es preservar. Pero las relaciones entre la divulgación y la investigación del patrimonio no siempre son fáciles. En general, los investigadores no son buenos divulgadores. Les cuesta abandonar los sobreentendidos eruditos, y pocas veces saben conectar con el lector medio. Al otro extremo de la pista, los divulgadores tienen mala fama. Demasiado apresurados, confunden cosas, priman el colorido y la sensación antes que el rigor.

Para un investigador en arte o arqueología, no hay evocación más pavorosa que la del "periodista" en el sentido peyorativo de la palabra. El que escribe en diarios, siempre demasiado deprisa, buscando lo sensacional. "Cualquier información que se le suministre saldrá llena de errores", piensa en su fuero interno.

Investigador y divulgador, la pareja de baile perfecta, acaban dándose la espalda. Es curioso, y hasta cierto punto dramático. Porque si algo precisa el investigador (como muy bien se sabe en el mundo anglosajón) es una buena proyección mediática de su trabajo. De esta manera obtiene reconocimiento social, logra subvenciones y premios, lleva hasta el público más amplio su trabajo de campo o laboratorio.

También el divulgador necesita ese material valioso de la investigación. Para alguien que sólo transmite, y que por lo tanto no genera contenidos por sí mismo, cualquier investigador resulta una fuente de temas apasionante. Todo lo que puede soñar, aquello que encandilaría a su público, está en esos discos duros, carpetas, papeles que duermen en la mesa del investigador. El sabe cómo convertirlos en reportaje y noticia, pero no puede hacerlo sin la colaboración del estudioso.

El tema de fondo, lo que dificulta las relaciones entre uno y otro, es la valoración del hecho publicista. Si conviene o no dar a conocer ciertas cosas.

En general, los arqueólogos desconfían seriamente de eso que nosotros llamaríamos -- empleando un término televisivo -- "la audiencia". Existe la creencia de que cualquier indicación práctica, sobre todo el desvelar donde se encuentra el yacimiento, supone un peligro espantoso. "La gente vendrá y lo destrozará". A la habitual reserva existente entre colegas, se une la profunda prevención a ese ente indeterminado que es "la gente". Turistas, autocares, escuelas, grafiteros, fotógrafos, excavadores clandestinos... Todos pisando las piedras, destruyendo estratigrafías, lanzando basuras, llevándose fragmentos de huesos, buscando monedas con detectores de metales...

Un desastre. ¿Y quién es el más directo embajador de esa plaga apocalíptica? Pues el divulgador que, pretendiendo hacer sensacionalismo, publica en los papeles un montón de informaciones poco contrastadas y no demasiado serias.

Tres "dramatis personae": investigador, divulgador y "gente". Una sola realidad: el peligro que corre un patrimonio escasamente protegido y muy poco divulgado.

Desde mi propia experiencia, querría romper una lanza por el buen entendimiento entre las tres bandas. Porque la realidad demuestra que son muchos más los casos en que la divulgación ha salvado monumentos que aquellos en los que puede haber supuesto algún daño. Gamberros y clandestinos no necesitan leer reportajes para escoger el escenario de sus fechorías.

Y, más importante todavía, cuando la investigación y la divulgación se hacen de consuno y consesuadamente, los resultados pueden ser muy provechosos. Porque es un error ver tantos enemigos potenciales cuando el verdadero riesgo radica principalmente en el silencio y la ignorancia.

Como ejemplo y caso práctico de una divulgación que acaba generando investigación, y de la sinergia que puede existir entre ambos campos, quiero contar una historia. En este caso, puedo escribirla de primera mano, puesto que la viví directamente.

Empieza en un terreno hoy baldío. A pocos metros del mar.

EL ESCENARIO

La pequeña localidad de la Colónia de Sant Pere pertenece al término municipal de Artà, en el noreste de Mallorca, y está situada en una serie de llanuras costeras que ocupan el piedemonte de la Serra d'Artà. Montañas muy deforestadas, desnudas y trágicas. La combinación de la Badia d'Alcúdia con estas alturas, que alcanzan poco más de 500 metros, compone un paisaje severo pero de gran magnetismo. Roca viva, algunos almendrales y viñas, un litoral muy recortado a base de dunas fósiles. Al anochecer, las últimas luces del sol tiñen la piedra de unos tonos densos y acaramelados. La arenisca parece entonces oro fundido y se oscurece lentamente hasta llegar a tonos de añil.

Bajo la mole enhiesta del Bec de Ferrutx, que semeja un gigante, se encuentra la finca de Sa Devesa, donde tiene su taller el pintor Miquel Barceló. Un paisaje verdaderamente energético que propicia la creación.

No muy lejos, se abre una cala casi perfecta. Ovalada, con unos cantiles a base de estratos de derrubios y arenisca. El agua, muy clara, contrasta con la roca. Algunos enormes tamarindos dan una sombra leve, tornadiza y estrellada. El lugar se conoce como Ca los Cans o Cala des Camps, y junto a él todavía se advierten los restos de un poblado talayótico que dominaba la playa, en la finca hoy conocida como Can Pa amb Oli.

Desde allí hay que tomar un sendero que se dirige hacia el noreste. Se llega a una zona de monte bajo, antiguos cultivos hoy abandonados. Y después de pasar una cantera de arenisca en desuso, el lecho de un torrente llega al mar. Es el lugar conocido como S'Aigo Dolça (el agua dulce), que en la toponimia tradicional indica la existencia de un curso o manantial de agua potable.


EL DESCUBRIMIENTO

En 1995, el único sepulcro megalítico conocido de Mallorca era el llamado dolmen de Son Bauló, situado cerca de la localidad costera de Can Picafort (Santa Margalida), también en la Badia d'Alcúdia. El monumento, ciertamente poco espectacular, se compone de una serie de losas que forman un trazado oval, en cuyo interior se advierten las piezas que formaban una cámara funeraria cuadrangular con una diminuta antecámara.

Este primer dolmen de Mallorca (en Menorca hay numerosas muestras de esta arquitectura megalítica, Formentera posee el magnífico sepulcro de Ca na Costa que es el mayor de las Islas, mientras que en Ibiza sólo se conservan restos de un ejemplar) fue descubierto en 1961 por Guillermo Rosselló Coll y Josep Mascaró Passarius. Algunas fotos de ese momento revelan una cierta envergadura de la construcción, que parece sobresalir del suelo rocoso en medio de un bosque.

Después de una primera excavación por parte de los descubridores, el sepulcro fue vuelto a estudiar por Guillem Rosselló Bordoy en 1964. Los hallazgos consistieron en restos de cinco individuos, cerámica, botones, sílex, bolas de piedra, pulidores, percutores, una lezna de metal.

Lo más importante era la antigüedad, por cuanto esta construcción megalítica pertenece a un período pretalayótico datable entre el Calcolítico o edad del Cobre y el primer Bronce. Concretamente, fue situado por los investigadores alrededor del 1700 a.C.

Ello supone que, simplificando mucho pero sin exagerar, el dolmen de Son Bauló podría considerarse como la edificación más antigua de la isla. Aunque dedicada a los muertos.

Aquel año de 1995, comenzó a construirse un polígono industrial en los terrenos que rodean al sepulcro megalítico. Y ello motivó que, en un suplemento dominical de Mallorca, el que esto firma publicara un reportaje recordando la importancia del monumento y el peligro de que fuera afectado por el nuevo desarrollo urbanístico.

Aquel trabajo periodístico fue el detonante. Porque al día siguiente recibí una llamada de Lluís Moragues, un geólogo buen conocedor de la zona. "Le llamo porque yo sé dónde hay otro dolmen igual al que sale en la foto". No me lo podía creer. Era el sueño de cualquier periodista arqueológico. Al principio desconfié; pero cuanto más datos me daba, más plausible parecía la evidencia.

El año anterior acababa de publicar junto con el arqueólogo Javier Aramburu-Zabala y el dibujante y excursionista Vicenç Sastre la primera "Guía arqueológica de Mallorca". De manera que estaba muy concienciado con el tema. La posibilidad de que existiera un nuevo sepulcro megalítico en Mallorca me parecía una auténtica bomba. Aunque naturalmente no despertó tanto entusiasmo entre la gente del periódico, más ocupados por los asuntos del siglo XX d.C.

Nos citamos con Lluís Moragues en Ca los Cans, una tarde de febrero. Yo conocía bien el lugar, y me parecía increíble que en el mismo itinerario de mis paseos se escondiera nada menos que un dolmen.

Moragues, andando a grandes zancadas, me explicó que había mostrado el hallazgo al arqueólogo Lluís Plantalamor, quien concluyó que se trataba de una construcción prehistórica y pidió incluso permiso de excavación. Pero en aquel momento se realizaba el inventario arqueológico y se lo denegaron. También el paleontólogo Josep Antoni Alcover, que pasó por ahí, envió una comunicación a la Conselleria de Cultura de Govern balear, adjuntando incluso fotos. Pero aquel hecho que a mí me parecía un revolución no interesó a nadie en las instituciones. Ni se molestaron en acudir a visitarlo.

Llegamos a un pequeño campo, a unos 100 del mar, y Moragues se desvió hacia unos matorrales. Como un escenario grandioso, las Muntanyes d'Artà se levantaban frente a nosotros.
"Aquí es".

Frente a mí podía cuatro piedras que apenas sobresalían 60 cm. del suelo, pero que trazaban claramente un fragmento de arco. Al otro lado, otras tres losas apenas perceptibles marcaban la existencia de una antecámara. La misma estructura que el sepulcro de Son Bauló.

No había la menor duda. ¡Era el segundo dolmen de Mallorca! Con gran emoción, dibujé un esquema y tiré varias fotografías. Me sentía en la situación más envidiable a la que puede aspirar un divulgador: estar ahí cuando aparece un monumento desconocido.

Aquella misma tarde, coincidí en una conferencia con Josep Mascaró y Passarius, arqueólogo, geógrafo e investigador en toponimia. Siempre me pareció un maestro a la antigua. Era un poco caótico y autodidacto, pero tenía una voluntad investigadora de hierro. Contaba centenares de historias, se interesaba por todo; a pesar de los años y la incomprensión general, nunca perdió su entusiasmo. Desgraciadamente, moriría poco tiempo después. A media voz le dije a Mascaró: "Acabo de ver un dolmen igual que el de Son Bauló".

Mascaró, que era un hombre de emociones, no se reprimió: "¡Qué dices!". Las señoras que estaban sentadas junto a él y seguían la conferencia le miraron con reprobación.

En silencio, le pasé el dibujo. Mascaró dio un salto y me agarró la mano. "Te felicito, es verdad. Es muy importante. Es muy importante". Los dos estábamos muy contentos.

Curiosamente, entre otros arqueólogos amigos hubo más bien escepticismo ante la noticia. "¿Un dolmen? ¿Seguro? ¿En la Colónia?". Al final, organizamos una excursión. "Vamos a ver el dolmen de Carlos" decían con cierta guasa.

Pero cuando llegaron al lugar enmudecieron. Comenzaron a dar vueltas con excitación.
"Es verdad. Mira aquí está la cámara. Es sensacional".

Nos hicimos fotos, como quien fija un momento histórico. Midiendo el monumento, contemplando las losas. El sol se puso y las montañas aparecieron más carmines que nunca, mientras unas sombras largas cubrían la llanura pobre y pelada que guardaba un tesoro arqueológico.

El 5 de marzo de aquel 1995 publiqué en el mismo dominical un nuevo artículo: "Descubierto un segundo dolmen en la costa de Artà". En cierta manera, me sentía también un poco descubridor.


LA EXCAVACIÓN

Aprovechando mi privilegiada situación en aquel proceso, actué de intermediario entre Víctor Guerrero, del Laboratorio de Prehistoria de la Universitat de les Illes Baleares, y el Ayuntamiento de Artà. Llevé personalmente al alcalde, Montserrat Santandreu, un informe con la importancia del hallazgo adjuntando también los trabajos publicados en la prensa, así como un dibujo de Vicenç Sastre que reconstruía el posible estado general del monumento.

La repercusión en la prensa actuó en este caso como un elemento multiplicador. Ya no se trataba únicamente de un asunto de estudiosos, la opinión pública percibía que era algo importante. Las instituciones, por lo tanto, se mostraban más proclives a la hora de apoyar una investigación.

Todo fue sobre ruedas, y el 30 de agosto del mismo año 1995 comenzó la primera fase de la excavación, dirigida por Manel Calvo Trías, Jaume Coll Conesa y Víctor Guerrero Ayuso, con el apoyo del Ayuntamiento de Artà. Al año siguiente, con una segunda fase, el monumento quedaba totalmente recuperado.

La importancia del sepulcro de S'Aigo Dolça se justifica por el descubrimiento de una ocupación funeraria sin modificar, algo raro en este tipo de monumentos que suelen sufrir saqueos. Apareció un humilde ajuar mortuorio, pero lo más interesante fue la revelación del ritual que se había llevado a cabo. Según todos los indicios, las deposiciones fueron secundarias. Es decir, los cuerpos se colocaron ya descarnados, por un lado los cráneos y por otro los huesos largos formando una especie de paquete dentro de la pequeña cámara.

Librado de la tierra que lo cubría, el sepulcro megalítico aparecía como un reloj de los siglos. El trazado circular donde se colocaban las losas de soporte del túmulo está tallado en la roca, de forma que ofrece una extraña sensación de orden y geometría frente a la regularidad casi hexagonal de la cámara. Aunque no se conozca nada de este tipo de construcciones, la sola colocación de sus elementos transmite la impresión de un sentido profundo, casi metafísico. Más palpable aún cuando, como en este caso, los materiales son sumamente pobres.

Quienes estén interesados en las conclusiones de la excavación pueden consultar el número 191 (marzo de 1997) de la "Revista de Arqueología", donde se ofrece un extenso dossier. Allí queda bien patente la oposición entre la sumariedad extrema de la arquitectura de este dolmen devastado por los tiempos y su importancia científica e histórica. "Cuatro piedras" como dirían algunos, pero cargadas de significado.

UN LEGADO PARA EL FUTURO

Cuando acabó la excavación, el dolmen quedó al descubierto. Junto a un paisaje desértico y grandioso. Lo visito muy a menudo, ahora que ha sido protegido por una valla de madera y cuenta con una sucinta señalización ya muy degradada.

El Ayuntamiento de Artà lo ha incluido en todas sus rutas patrimoniales, y hoy en día ya forma parte de cualquier referencia sobre el pasado del municipio. Es un símbolo de su antigüedad más remota. Un legado para el futuro.

Me gusta contemplar cómo cambia con las estaciones. En verano, algunos bañistas pasan por su lado. La proximidad del mar hace que se encuentre en una zona relativamente transitada. La tierra es entonces seca y polvorienta, de un ocre ligeramente carnal. Sólo crecen algunas plantas de color tostado, llenas de espinos, resistentes al sol y el calor.

Pero en otoño, el viejo sepulcro cambia de galas. Por entre los intersticios de la piedra aparece una hierba joven, de un verde jugoso. La tierra se oscurece, y los cielos se llenan de grandes nubes que se derraman por las montañas. Durante el invierno, las lluvias caen con fuerza y el agua murmura en los torrentes. El dolmen parece entonces una imagen de lo periclitado, tiene la tristeza de las ruinas. Sobre todo en las tardes de cielo plomizo y humedad.

En cambio, cuando llega la primavera la piedra se hace intrascendente, y el monumento prehistórico sirve de florero para todo tipo de vegetación. Es como si brotara el sueño feliz de sus muertos prehistóricos.

Quizás sea por mi relación sentimental con ese lugar, pero siempre experimento algo intenso cuando estoy allí. Me maravilla la sencillez de sus formas y la fuerza simbólica que desprenden. Me embruja la sensación de que, tal como han revelado las excavaciones, en este lugar de Mallorca la vegetación no ha cambiado apenas en casi cuatro mil años, ni el sonido del mar, ni la majestad de las montañas. Es, en suma, una manera de viajar hacia el pasado sin salir del presente.

Una tarde, cuando me entregaba a mis meditaciones en los alrededores del dolmen, un hombre ya mayor que paseaba al perro me detuvo. Con una mirada algo guasona, señaló a las ruinas que en aquel momento proyectaban unas sombras larguísimas y negras con sus losas. "I això, què té molt de mèrit?" (¿Y esto tiene mucho mérito?) me dijo.

Lo que en realidad quería decir es: "tant de rebombori per quatre pedres" (tanto jaleo por cuatro piedras). Lo cual, aun por pasiva y en negativo, suponía aceptar la preeminencia y el prestigio que las piedras en cuestión habían alcanzado. Su entrada por la puerta grande de la historia.
Si al menos hubiera sido algo así como una pirámide. Pero unas pocas losas y una zanja...

Este mismo razonamiento se ha repetido poco antes de pasar la excavadora por unos vestigios antiguos. Cuatro piedras, ¿qué valor tienen?

Afortunadamente, esto ya no podrá ocurrir en S'Aigo Dolça. La villa de Artà se muestra orgullosa de este monumento, y encuentra su mérito en la antigüedad, su significado religioso, la plasticidad con el entorno paisajístico. En palabras del equipo responsable de la excavación, "la información ofrecida por este sepulcro megalítico presenta el registro más completo y complejo dentro del conjunto de sepulturas de este tipo y contexto cultural de las Baleares". Pese a su humildad, es un monumento de primera categoría.

A veces me pregunto qué hubiera ocurrido si no hubiese publicado aquel primer reportaje sobre el dolmen de Son Bauló. Si alguien como el geólogo Lluís Moragues no hubiera tenido la idea de llamar a ciegas para dar una información. Si ese descubrimiento no hubiera salido en los papeles antes de su investigación científica.

Probablemente, a la larga el proceso hubiera sido irreversible. Finalmente se habría descubierto y excavado. Pero podrían haber pasado muchos años. Y quizás, el proyecto urbanizador de Es Canons (que afecta a esta zona y actualmente está paralizado) al incluir un campo de golf hubiera supuesto su desaparición. De una forma impune, puesto que al no estar catalogado difícilmente hubiera habido denuncia.

Sin más dato que la intuición, me atrevería a sugerir que la rareza de los sepulcros megalíticos en Mallorca no se debe a tanto a cuestiones históricas o culturales sino a la pura desaparición de estos monumentos. Muy fáciles de desmontar o arrasar en el curso de las labores agrarias. Cuando no cubiertos de una maleza inextricable.

La divulgación periodística consiguió dar envergadura al dolmen de S'Aigo Dolça desde el primer momento, cuando sólo consistía en "cuatro piedras". Sirvió para facilitar las relaciones entre el Ayuntamiento y los arqueólogos. Mientras las anteriores comunicaciones cayeron en el más profundo de los olvidos, la publicidad mediática activó los circuitos.

Hoy, me gusta pensar aunque sea exagerado que mi artículo sirvió un poco para que todos podamos disfrutar del monumento. Conocerlo y apreciarlo. Para que forme parte del sentido de la historia de Mallorca y Artà. Y nadie, ni siquiera el señor del perro, puedan nunca destruirlo para plantar un campo de césped o levantar unos adosados.

Fue una conjunción afortunada. Y la mejor forma de probar que investigación y divulgación logran más cosas actuando de forma conjunta que por separado.



jueves, 16 de julio de 2009

"ÈTICS", A DEBATE



No deja de ser curioso lo sucedido con la serie "Ètics". Empezamos a hablar de ella con el Eticentre como un revulsivo a un momento en que la especulación, la riqueza como valor absoluto y la desmesura triunfaban por doquier. Pero en el plazo que transcurrió entre poner en marcha la idea, realizarla, y más tarde proyectarla, todo cambió. La época de la riqueza prepotente cayó en un precipicio. Y hoy la serie parece pensada como acicate para ayudar a los perjudicados por la crisis.

Es decir, que el significado ha pasado de un extremo a otro sin que la serie en sí se haya resentido.

En estos momentos, Televisió de Mallorca la vuelve a reponer.

En septiembre y octubre tendrán lugar unos debates en el Centre de Cultura de Sa Nostra basados en la proyección de un capítulo de "Ètics" seguida de un debate con la asociación que lo protagoniza.

lunes, 13 de julio de 2009

DIEZ PRINCIPIOS PARA LA DIVULGACIÓN DEL PATRIMONIO



Divulgar, dar a conocer, empieza por uno mismo. Sólo buscando en la propia percepción, incluso en el orden de los recuerdos, se puede transmitir a los demás una vivencia organizada del patrimonio.


1. PARTIR DE LA EMOCIÓN.

El primer problema del patrimonio es su relativa opacidad. Los elementos de cualquier componente patrimonial suelen ser perceptibles para los estudiosos y los especialistas. Pero el público más amplio carece de formación suficiente para interpretar el conjunto o los detalles. Sin embargo, ello no significa que una persona no documentada sea insensible ante una iglesia, un conjunto arqueológico, un cuadro o un jardín. Lo que ocurre es que no tiene instrumentos para “leerlo”. Sólo percibe la emoción.

Este es el principio básico de cualquier acción divulgativa. Partir de la complicidad sentimental del público, y construir a partir de ella la arquitectura informativa. Si se logra, el observador o lector une el dato histórico con la vivencia inmediata, y lo convierte en un recuerdo. En algo propio. Se rompe la barrera de la ajenidad. El patrimonio deja de ser opaco.

2. CONOCER Y RECONOCER.

Las buenas guías no sólo sirven para recorrer un lugar o territorio. Su función consiste en preparar al lector, llevarlo a ese lugar antes de que lo visite. De esa manera, cuando llegue allí, reconocerá todo cuanto ha leído. Y esa sensación de conocimiento y familiaridad será su mejor guía.

Muchos textos que se supone han de guiar a los visitantes resultan tan complejos y descontextualizados que muchas veces ni siquiera se entienden en el mismo lugar. La primera prueba para una obra divulgativa consiste en evaluar si el lector, con sólo leerla, se hace una idea del conjunto “como si ya hubiera estado”.

Este punto de partida no resulta fácil. Porque es como conducir a alguien por una habitación oscura. Hay tantas cosas sin explicar, tantas fechas y datos, tantos principios y finales... Querer introducirlo todo es imposible.

Para visitar un elemento patrimonial de forma “virtual”, y guiar al lector en el terreno de la imaginación, se debe dimensionar muy cuidadosamente el itinerario. Eso implica dos leyes básicas: a) Escoger un esquema muy básico, con los datos imprescindibles y dejando los superfluos para los recursos complementarios (recuadros, apéndices, etc.). b) Organizarlo de la forma más narrativa posible. Que resulte fluida, como si se contara un viaje.

3. CAMPO DE FLORES.

Para una persona que no tiene conocimientos de botánica, un campo de flores es sólo un campo. Una extensión verde con puntos de colores. No deja de constituir una unidad indiferenciada, parecida a otras muchas.

En cambio, si te explican las diferentes especies, con sus nombres, sus características, sus leyendas, sus aplicaciones en la medicina popular, su simbolismo, el campo de flores se convierte en todo un mundo. A cada paso hallas un elemento singularizado, una historia, un momento de atención. Puedes estar una mañana entera paseando por unos pocos metros cuadrados.

Lo mismo ocurre con el patrimonio. Una portada gótica puede ser sólo una fachada. Es decir, una unidad de piedra llena de relieves y formas. Pero que se “lee” con sólo una palabra. En cambio, en el momento en que el observador conoce los nombres de las diferentes partes y es capaz de distinguir las molduras, los detalles ornamentales, el orden de las figuras religiosas a lo largo de los estratos simbólicos, la fuerza de las formas que ascienden de la tierra al cielo.
Entonces, el visitante descubre una multiplicidad de centros de interés y cambia por completo su percepción.

Este es el principio básico cuando se presenta un elemento patrimonial. Pero sólo es un objetivo. Lo difícil es la estrategia a seguir.

4. LAS TRES PALABRAS.

Imaginemos un conjunto arqueológico. Una serie de paredes de apenas medio metro que trazan formas regulares. Unos fragmentos de calles. Algún resto de estuco en la pared. Montones de cerámica. Y una cita en la literatura clásica. Eso es todo, con ello hay que construir un mensaje para escuelas, turistas, grupos de la tercera edad, que no saben nada ni en principio están especialmente interesados. Rescatar aquel lugar del olvido, devolverlo a la vida.

¿Cómo hacerlo?

Lo fácil es agrupar todos esos datos de forma lineal. “El poblado de Tucis tuvo su origen en un poblado de la edad del Bronce, según queda patente por el hallazgo de un horno metalúrgico y niveles caracterizados por cerámica globular. En época republicana consistía en una calle central rodeada de cabañas, mientras que a partir de la fase imperial se rodeó de un recinto amurallado, con una acrópolis ocupada por el recinto foral. Su existencia queda probada por una cita de Plinio el Viejo, y según el registro arqueológico fue abandonada en el curso de la crisis del siglo III d.C.”.

Este resumen, documentalmente impecable, no interesa más que a los arqueólogos. Los puntos de referencia son meramente históricos, algunos términos no resultan comprensibles para un profano. Y no hay que olvidar que un lector suele abandonar un texto al tropezar con la tercera palabra que no entiende en un mismo párrafo (en este caso “niveles”, “cerámica popular”, “época republicana”, “fase imperial”, “acrópolis”, “recinto foral”, “Plinio”, “crisis del siglo III” resultan difíciles de comprender).

La ley de las tres palabras es muy importante. Obliga a ir introduciendo los conceptos especializados con cuentagotas. Uno a uno, y siempre explicados a continuación.

5. NADA HUMANO ME ES AJENO.

Una vez desbrozada la intensidad conceptual, se debe escoger siempre un enfoque humano. Es decir, buscar los personajes que hubo detrás de los restos y las piedras. Este es un principio esencial. Siempre hay que recordar la frase de Terencio: “Soy hombre. Nada humano me es ajeno”. El sustrato de la humanidad, las historias personales, el devenir individual o colectivo, invariablemente resultan de interés. Hay que convertir las ruinas en una película, llevarlas a los temas comunes para los hombres de todas las épocas.

En el caso de la supuesta Tucis, lo primero sería contar por qué una remota comunidad de hace cuatro mil años (siempre es mejor cuantificar aproximadamente el número de años entre el pasado y la actualidad que utilizar fechas arqueológicas) se instaló allí. Preguntarse qué tenía aquel lugar, qué recursos, cuál era su paisaje, cuánta gente vivía, en qué condiciones, cuál sería su vida cotidiana.

Cuando se explican épocas sin apoyatura arqueológica, se debe recurrir a paralelos aplicables. Cómo era la vida en una población romana de pequeño tamaño, su urbanismo, sus tiendas, quién circulaba por las calles, de dónde salía la comida y el agua.

El objetivo es montar la película, pintar el cuadro, componer una escena viva. Humana.

6. LA TEORÍA DEL MOSAICO.

Una vez llevado el lector a un escenario humano, descriptivo y sensorial, se pueden ir desarrollando las diferentes partes teóricas. Para ello, siempre se debe contextualizar. Si se habla de la edad del Bronce, concepto vacío para un lector normal, conviene explicar cómo era Europa en aquel momento, qué culturas y comunidades vivían en los alrededores de la zona. De esta manera, el mosaico de diferentes informaciones completa el cuadro. Y las explicaciones periféricas inciden también en la central.

Explicar por ejemplo la vida en Cuenca durante el siglo XX sin hacer referencia a las pautas de vida occidentales, la historia y cultura del país en los últimos años, las influencias extranjeras, etc. no tendría sentido. Esta misma teoría del mosaico nos ha de servir en la antigüedad.
Hay que referenciar los flujos sociales, los grandes centros irradiadores de costumbres y cultura regionales, los modelos más universales de cada época (Egipto, Grecia, Roma etc). Aunque se trate de un modesto poblado sin relevancia.


7. LO MÁS.

Un recurso muy empleado en la divulgación cultural, quizás demasiado efectista pero que funciona, es el principio de “lo más”. A la hora de presentar un monumento, al lector le causa impresión que destaque sobre los otros por algo. Que sea “el más antiguo de entre los de la región”, “el más abundante en restos prehistóricos”, “el más elevado”, “el de mayor extensión”, “el más estudiado”, “el más desconocido”...

En la divulgación arqueológica este sistema sirve para dar un contenido a lugares difícilmente abordables desde otro punto de vista. Aunque es algo tópico y fácil, siempre resulta preferible al silencio o la falta de contenidos. Proporciona al lector un agarradero, un punto de referencia a partir del cual acumular la información.

8. PAISAJES.

En el caso de muchos monumentos, la referencia al paisaje resulta obligada. El contexto natural les da profundidad y explica muchos aspectos: la orientación, los caminos, las vistas, los accidentes señalados. Además, los aspectos naturalísticos y ecológicos complementan muy eficazmente cualquier explicación meramente patrimonial.

Al fin y al cabo, se trata de sensibilidades parecidas aplicadas en diferentes objetivos.
Comprender, divulgar, preservar.

9. CERRAR CICLOS.

Al presentar una historia o una narración, el lector siempre es sensible al antiguo placer de conclusión. Como cualquier película, canción, relato o novela, el inicio de una historia plantea una serie de personajes, situaciones y cuestiones que al final deben quedar resueltas. Incluso en el caso de una obra de arte o un monumento antiguo, el lector se pregunta cuándo surgió, que hechos vivió y por qué llegó a la situación en que se encuentra.

Al concluir una explicación, conviene plantearse qué preguntas y motivos surgieron al inicio de la narración, y dejarlos cerrados. Ello forma parte de la aproximación humana, del viaje imaginario, de la empatía o comunidad de sentimientos con el lector.

10. DIVULGAR ES PRESERVAR.

Cualquier divulgación tiene una proyección concreta, modifica la realidad. En cierta medida, a pesar de no ser conscientes de ello, las guías constituyen una auténtica toma de postura, un compromiso. Inciden en aspectos concretos, pueden originar la presencia de numerosas personas, activar ciertos comportamientos, despertar valores sociales.

La persona que se plantea una obra de divulgación ha de ser consciente de las consecuencias reales de su escrito. Muchas veces reconfortantes, pero también ingratas si originan problemas.
Se ha minimizado la labor de folletos, guías, prospectos, carteles, que parecen menores al lado de los libros o las obras de investigación. Pero nada más lejos de la realidad. Estos textos explicativos, guiadores, son utilizados por miles de personas. Y hay que evaluarlos tan concienzudamente como si fueran un discurso ante la Real Academia.

Detrás de cada trabajo de divulgación hay una idea implícita, verbalizada o no. Y la mejor de todas es que sólo mediante la divulgación se asegura la protección.

Dejar el patrimonio en el olvido, reservado a unos cuantos investigadores o al disfrute privado, supone hurtarle el respaldo de la opinión pública. Sólo cuando un monumento es apreciado por la colectividad, cuando forma parte de su sistema simbólico y su imaginario social, está garantizado que nadie lo destruirá impunemente.

Y sólo existirá esa conciencia social con una divulgación eficaz. Y la divulgación sólo será eficaz si es empática, si comparte sentimientos, si apela a la raíz humana del arte o la historia.

viernes, 10 de julio de 2009

VICENÇ SASTRE, SOCIO DE HONOR DE ARCA


Ayer fue una de esas ocasiones felices que esperas desde hace años. Ver cómo se recompensa el trabajo de un amigo y un colega.

Conozco a Vicenç desde hace tiempo y hemos compartido muchas tareas: desde la guía arqueológica de Mallorca, la de Cataluña, viajes a través de toda España buscando ruinas. Y es una persona generosa, emotiva y rigurosa. Lo que se ha traducido en obras de divulgación de alto nivel. Sin tópico ni superlativo alguno, más allá de la categoría de "paisajes lindos" de la que no escapamos.

Para mí, la validez y la altura del trabajo de Vicenç es una consecuencia de su categoría humana. Algo que no estamos acostumbrados a valorar.

Se lo escribí una vez a un alto ejecutivo de una fundación que acababa de hacerme una faena:

"Si una cosa tengo clara después de mi experiencia laboral es que la categoría humana no siempre supone un buen resultado profesional. Pero un buen resultado profesional sale siempre de una buena categoría humana".

Vicenç es un ejemplo.

http://www.diariodemallorca.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009071000_16_483012__Cultura-ARCA-brinda-fiesta-patrimonio

jueves, 9 de julio de 2009

EL MADERO GLOBAL



Yo creía que eso de la globalización era otra cosa. Lo que nos enseña la tele es que este mundo se ha globalizado sobre todo en un aspecto: la represión.

De repente, todos los antidisturbios del mundo se parecen, son iguales. Desde los Mossos d'Esquadra a los policías chinos, iraníes, thailandeses... Parecen robots, con sus escudos, sus cascos, sus porras.

El madero global.

lunes, 6 de julio de 2009

TORMENTA



Llueve como en la antigüedad. De repente, los colores cambian de valor. El cielo cubierto por tintas de calamar. Y las montañas de Artà iluminadas por una claridad fluorescente. Espectral. Es un instante de irrealidad antes de que el parabrisas se ahogue entre cubetazos furiosos.

Paras el coche y el turbión te sepulta en una soledad absoluta. Bajan lenguas de barro por la carretera y de repente no existen puntos de referencia. Nada más que la lluvia. El vacío.

Hay momentos de vértigo existencial en que te quedas aislado como ahora. Escuchando el repiqueteo de los pensamientos. Con las ventanillas vahadas y el mundo que ha huido. Tragado por el embudo de los acontecimientos. Qué pequeño y qué frágil en tu pequeño cubículo. Y cómo resuenan las mismas palabras, pánicos y obsesiones. Luchando por abollar el chasis del alma.

Puede durar unos minutos, pero parecerán horas. Cuando diluvian las cosas que creías olvidadas.

La lluvia aporrea su batería, para dar miedo. Redobles, golpes de bombo y platillo. Pero acaba por cansarse y pasa lentamente a las escobillas. De la marcha guerrera a una pieza de jazz cool. Las ventanillas recuperan el paisaje y te invade un olor muy fuerte y refrescante. Respiras hondo, con alivio. Vuelves a estar situado en un mundo exterior. Existe otra vez el paisaje.

Los riachuelos cruzan el asfalto, desde la cordillera hacia el mar. Reaparecen las montañas, y por sus quebradas caen saltos de agua que dejan un reguero negro en la roca.

Ves, escuchas y hueles lo mismo que Homero: "Como dos torrentes se despeñan por los montes, reúnen las fervientes aguas en hondo barranco abierto en el valle y producen un estruendo que oye desde lejos el pastor en la montaña..."


viernes, 3 de julio de 2009

DE LO TELEFÓNICO A LO PARAFÓNICO



Me asombra lo que está ocurriendo con los telefonillos. La gente se ha vuelto loca. No hay tiendas más odiosas que esas de telefonía móvil, donde los clientes preguntan, manosean, dudan, están horas y horas como quien toma una decisión trascendental para tu vida.

¡Y todo para comprar un simple teléfono!

Es revelador. En nuestro tiempo lo manda es diseño del aparato, los servicios, la marca, el teclado, los accesorios...

Y no lo que puedas decir o escuchar a través del teléfono. Que al fin y al cabo sería lo más importante.

¿No será por qué lo que se consume, lo que se vende, lo que es negocio es el envoltorio y no el contenido?

miércoles, 1 de julio de 2009

TODOS A LA CÁRCEL




Algunos de los políticos que han acabado por la cárcel por motivo de presuntas corrupciones salen con la misma canción: ha sido una experiencia, se han humanizado. Algunos periodistas y lectores se burlan, pero es verdad.

Tal vez, el secreto para evitar esa clase política bolsillera, mentirosilla y alicorta, sería que pasasen por la prisión. Allá. efectivamente, resplandecen los valores reales. Se aprende lo que es importante de verdad.

Si todos los diputados estuviesen un mes en el trullo antes de tomar posesión de su escaño, otro gallo cantaría.