lunes, 30 de enero de 2012

UN PASEO POR EL SIMBOLISMO DE LA SEU



El próximo sábado, haremos un paseo a través del significado simbólico del mayor monumento de las islas: la Seu de Mallorca. Se trata de un acercamiento a la gramática y los mecanismos que hacen de este gran edificio una auténtica máquina del espíritu. Un itinerario más contemplativo y silencioso que historicista. Buscando una nueva forma de sentir e interpretar el templo. Desde el exterior hasta sus alturas.

El grupo saldrá a las 10'30 de la sede de ARCA en la calle de la Pau.

jueves, 26 de enero de 2012

MI VIDA EN UNA PLANTA



Hay veces en que te sientes como una planta. Sobre todo cuando tomas consciencia de la acumulación de historias, personajes, recuerdos, lugares que se va produciendo en tu memoria.

Conservo todavía una humilde plantita sin flores, esparragosa, que planté en los años 70. Estaba en un rincón del patio, en la primera casa que tuve en Palma. Desde entonces, la pobre ha experimentado en sus fibras mi vida agitada y mi nomadeo. De un sitio a otro. Hasta acabar muy lejos del emplazamiento inicial, casi cuarenta años después.

En todo este tiempo, ha conseguido sobrevivir a a muchos incidentes. Aunque se ha convertido en una especie de bola de raíces. Después de haberla cambiado en varias ocasiones de maceta, ya no queda espacio para tanta planta soterrada. Tanto bulbo y ramificaciones apretadas. En cambio, la parte aérea es ya muy reducida. Sigue con verdes lozanos, pero de escasa altura. Discreta. Madura.

Es una gran metáfora de lo que te ocurre con el paso del tiempo. El hecho de envejecer hace que las raíces de donde brota tu presente se hagan cada día más largas, más abultadas. En cambio, las hojas voladeras se conforman con seguir más o menos igual. Apenas destacan.

Las raíces son los recuerdos, las presencias, los pensamientos y fantasmas. Ese conglomerado rizomático que te une a la materia universal de la vida. Sueños, memorias revisitadas, hechos del pasado. Ejercen un peso profundo, oscuro, hacia los fluidos subterráneos de donde has surgido. Hasta el punto de que llega un momento que te parecen más reales los recuerdos que lo que estás viviendo.

En realidad, la naturaleza no deja de ser una gran escuela de donde aprendes verdades fundamentales. Y siguiendo esa academia, he decidido colocar en tierra la pobre planta. Para que sus raíces se fundan finalmente con la existencia telúrica de cuanto nos rodea. Lejos de macetas y estrecheces artificiales.

Lo cual no deja de ser otra metáfora.

lunes, 23 de enero de 2012

LES PRESENTO A IVO ERASMO




Este viernes 3 de marzo, presento en Central Palma Café de Palma parte de la obra audiovisual de Ivo Erasmo. Bajo el título “Sarcasmo por Ivo Erasmo” el público podrá ver y comentar algunos de los vídeos de este realizador, agrupados bajo el epígrafe de “políticamente muy incorrectos”. De esta manera introduciré a los asistentes a la peculiar obra de Erasmo, basada en un humor entre irreverente, “friki”, cáustico y surrealista.

La obra de Ivo Erasmo es representativa de la creación audiovisual que canales como You Tube ha posibilitado. Con pocos medios y mucha imaginación, bastantes creadores están funcionando al margen de la industria audiovisual tradicional. Lo que constituye un fenómeno muy contemporáneo y de gran interés. A veces desconocido por el gran público.

El pase de vídeos, que será completado con una tertulia con el propio Ivo Erasmo, dará comienzo pasadas las 20 horas en el Central Palma Café de la plaza Cuadrado.

jueves, 19 de enero de 2012

HORARIO DE INVIERNO





El horario de invierno está marcado por una especie de competición contra la luz. Por la mañana, sobre las 8, la montaña tapa todavía el sol. Te levantas y todo está mojado, empapado. Hace un frío gélido y caminas por una sombra líquida, hasta tal punto de que tienes que poner el limpiaparabrisas del coche hasta que no llegas a la parte soleada.

Desayuno en un rincón único, que ahora quieren destrozar para montar un complejo monstruoso. Es el síndrome de Mallorca. No saber valorar el tesoro que se tiene. Vender tu privilegio por un hipotético plato de lentejas. Qué triste. Pero mientras exista ese rincón, le seré fiel. Porque me alimenta espiritualmente.

Después comienzo un paseo. La tarde es tan corta que no da tiempo, de manera que en esta temporada lo has de trasladar a primera hora. Es curioso porque empiezas a caminar por la playa desierta bien abrigado. El mar incluso humea, porque se evapora a causa de la diferencia de temperatura.

Sin embargo, a medida que caminas el día se levanta. Y cuando emprendes la ruta de vuelta, tienes que quitarte el gorro y el abrigo porque empieza a hacer calor. La mañana lumínicamente hablando empieza aquí pasadas las 10’30. Es la hora de trabajar mirando cómo las nieblas del horizonte se van evaporando. Los días de calmas son muy agradables. Me siento al sol y entorno los ojos como hace la gata. Inmóvil, disfrutando de esa caricia intangible.

Por la tarde, casi nunca llego a tiempo para ganar a la luz. Después de hacer los recados, enviar los mensajes, acabar los trabajos, el día ya declina. A veces, como hoy, con unos tonos malvas que me recuerdan a los del puerto de Maó. Fosforecentes, pictóricos, contagiosos. Te causan una extraña euforia cuando los ves colorear las montañas como si fuesen una acuarela de la Hermandad Pictórica Aragonesa. Del granate al violeta, al índigo, al gris apagado.

Entra la noche y baja mucho la temperatura. A media tarde hay que encender la chimenea, que a veces funciona a la primera y otras se hace mucho de rogar. Pero cuando se combustiona tiene algo mágico, que te hace compañía. Más o menos por esa hora entra la gata, se sube al sofá y ronronea estrepitosamente mientras abre y cierra las garras con placer.

Las noches calmas ves las barcas haciendo el calamar. Y muchas estrellas tachoneando el negro del cielo. La noche es profunda y silenciosa. Sueñas con una extraña precisión. Te preguntas a veces si esos sueños de inverno no son más reales que muchas de tus jornadas diurnas.

LOS PERROS DE HÉCATE



Junto a la chimenea. Escuchando las locomotoras de la noche. No hay nada más sobrecogedor que percibir el aullido de los perros por la noche. Se dice que los animales presienten el paso de la muerte. Y que, incluso a distancia, son capaces de percibir el fallecimiento de sus amos.

 Los griegos, seguramente alrededor de una hoguera, inventaron la figura de Hécate. La diosa de la noche y de la muerte. Luna negra, presencia en los caminos. Cuando alguien transitaba en la oscuridad, debía andarse con mucho cuidado. La diosa Hécate se paseaba con su cortejo de perros negros, acechando en los cruces y lugares poco transitados. Si en un determinado momento el caminante escuchaba voces o silbidos a su espalda, por nada del mundo debía volverse. De lo contrario, los perros de Hécate caerían sobre él. Como desagravio, se dejaban ofrendas de comida en los senderos. Y en caso de escuchar el resoplido de los canes de la diosa, había que arrojar algún resto de pan o carne por la espalda, sin apartar la vista del camino que tenía ante sí.

 Ignoro si en Mallorca se rindió culto a Hécate. Pero las noches en el campo tenían sus propios espectros. La mayor parte de ellos, bandoleros o más tarde contrabandistas. Utilizando a veces la sábana de "bubota" para encubrir asuntos nada ultratúmbicos.

 Tal vez la diosa no pisara la isla, pero sus perros sí. De todos es conocida la leyenda del "Mal caçador" que, maldecido por haber roto el descanso dominical, camina por las noches acompañado de sus perros. Su figura puede haber caducado, pero no el envoltorio: la noche, el rumor del viento, los ladridos...

En estas veladas invernales, escuchas ese altavoz de lo misterioso que es la chimenea. Aspiras la exhalación de la leña quemada, y te parece intuir la Mallorca antigua.

Debajo de todo ello, la isla es como una ballena enterrada. Respira, a veces se deja escuchar. Y su lenguaje no tiene nada que ver con todos los acontecimientos del día. Sino que se prolonga de una forma transversal a través del tiempo. Uniendo pasado y presente. Porque, probablemente, para ella son la misma cosa.

 Escuchar el viento que gime por el tubo, el fuego, los perros que aúllan a lo lejos, aspirar el aroma lejano de la leña quemada.

martes, 17 de enero de 2012

LA NOVELA POPULAR





Durante muchos años, las novelas de bolsillo fueron un elemento cotidiano de la ciudad. Todos recordamos aquellos libritos pequeños, de papel basto, que contaban historias del Oeste, de guerra o de terror. Se vendían en los quioscos por muy pocas pesetas. Y siempre tenían portadas muy “retro”, con dibujos parecidos a los carteles de las películas.

 Hoy en día, cuando la gente espera, juega con el móvil o escucha el mp3. O incluso maneja un ordenador portátil. Pero antes de la era tecnológica, el único divertimento popular para matar el aburrimiento eran las novelas populares.

Recuerdo especialmente a Arturo, que estaba en la recepción del periódico y atendía las llamadas. Era un hombre muy calmoso, siempre leyendo una novela con una coca-cola delante. Un día me di cuenta de que el libro era siempre el mismo. Y le pregunté: “¿Pero esta novela no era la que estabas leyendo la semana pasada?”

 Él se encogió de hombros. “Sí, sólo tengo una. Es que cuando la acabo de leer ya me he olvidado y vuelvo a empezar. Así me sale más barata”.

Ese era el secreto. Las historias de la mayoría de aquellos libros, en los que forjaron sus armas escritores muy buenos, eran tan tópicas e insustanciales que pasaban por tu memoria como hojas arrastradas por el viento. Todos los buenos eran iguales, los malos y las chicas también. Pero no importaba.

Una vez leídas, las novelas populares corrían una suerte infame. Se tiraban directamente a la basura. A no ser que algún lector respetuoso las vendiera en mercadillos o puestos de lance que ya no existen.

Aun siendo humildes y sin pretensiones, las novelas populares cumplían con su función. Hoy me he acordado de ellas al ver, por primera vez en mucho tiempo, a un hombre leyendo una historia del Oeste en la consulta del médico.

Como una imagen de otra época.

lunes, 16 de enero de 2012

POEMAS DE TABERNA GRIEGOS EN CALA RAJADA



El proximo viernes dia 20, el ciclo Noches Griegas en Sa Fonda 74 de Cala Rajada presenta una lectura de poemas griegos de taberna.
El vino, la burla, las satiras a los medicos, forman parte de esa tradicion clasica del epigrama y los poemas dedicados a la bebida. Muchos de estos textos, que tienen más de dos mil años, suenan ahora extraordinariamente modernos y actuales.
La antologia de textos sera leida por Enric Garcia Coll. El acto comenzará pasadas las 21 horas en este local de Cala Rajada.

domingo, 15 de enero de 2012

ASÍ ES LA GUITARRA PLATÓNICA





Hablar de rock es hablar de guitarra eléctrica. Su símbolo. Nada representa mejor su estética y su contenido. Y si me preguntaran dónde se aprende a tocar la guitarra eléctrica, respondería sin dudar: en los escaparates. Creo que no hay otro sitio mejor para pasar horas y horas, estudiar, sentir en tu interior las ganas de tocar tanta guitarra. Y eso es lo primero. Conozco a algunos que tuvieron el privilegio de ir a clases, o que incluso empezaron a estudiar guitarra. Pero se ve que no sentían esa llamada del expositor. Porque se aburrían o dejaban su instrumento durante meses o años.

 Eso es impensable cuando has estudiado en la escuela del escaparate. Porque entonces sientes una sed profunda que te hace desear tener una guitarra a cada momento, una en cada habitación, tocar y tocar y tocar. Sueñas con entrar de noche en la tienda, cuando no hay nadie, y correr de un sitio a otro. Raaang, rrooong, ta-taaang. Feliz como un niño en una pastelería musical.

 A mediados de los 60 cada tarde, al salir de la academia, íbamos a una tienda de música cercana. Recuerdo el camino como una especie de espera impaciente. Pensando: ¿Habrán colgado alguna nueva? ¿Alguien habrá comprado aquella que tanto me gusta?
  
Al llegar, dejábamos la cartera en el suelo. Nos metíamos las manos en los bolsillos con fuerza. Y mirábamos absolutamente embobados aquel espectáculo.

 Porque  comprábamos revistas inglesas y americanas de música por los mercados de viejo. De esas que entonces se hacían para los “teen-agers”. Así que empezábamos a tener una buena colección de fotos de grupos. Las examinábamos una y otra vez. Nos aprendíamos de memoria las marcas de las guitarras, de las baterías, de los amplificadores.
  
Eran como signos de un mundo que estaba a años luz de nosotros. Un universo perfecto, mítico, donde la fama, la música, las admiradoras, el dinero, las revistas, te alejaban de aquella realidad sórdida, de callejón y futbolín, que nos rodeaba. Llegar a aquel mundo platónico parecía imposible.

 Por eso, cuando ibas a la tienda de música y contemplabas las mismas guitarras que salían en las revistas sentías una emoción casi religiosa. ¡Dios! Ahí estaba el bajo Hofner de Paul McCartney. ¡Existía de verdad! Lo admirabas durante horas. Aprendías de memoria sus brillos, su forma de violín, el cuadrado ligeramente torcido de los controles, los rebordes, el veteado de la madera...

 Las Rickenbacker, Fender, Gibson, Burns, Gretsch de tantos y tantos grupos permanecían a pocos centímetros. Sólo separadas de ti por un cristal. Con aquellos colores vivos y barnizados, sus formas delicadas, las cuerdas brillantes. Supongo que las guitarras se hubieran reído de nosotros si nos hubieran podido ver, la cara frente al vidrio, las manos tensas, y la expresión vacuna de enamorados. 

Pero en aquellos momentos aprendías a tocar la guitarra con el corazón.

sábado, 14 de enero de 2012

ANDREU GELAT


  Conocí a Mestre Andreu en circunstancias poco deleitosas. Ambos compartimos una habitación del Hospital General, en verano de 1999. Cada uno operado de una cosa y separados sólo por una tenue cortinita. 

Con el paso del tiempo la memoria, que es sabiamente selectiva, ha borrado del disco duro las cosas desagradables: el gusto de las medicinas, los pinchazos o el difuso colocón de la anestesia. Pero en cambio, el recuerdo de mi compañero de cuarto se ha ido agrandando con la distancia, hasta adquirir las dimensiones de un verdadero símbolo. Como si representara una Mallorca que desaparece poco a poco.
 
  Mi primer pensamiento fue que me habían colocado al lado de San Pedro. Vi un hombre muy robusto, con unos brazos largos que terminaban en manos fuertes y nudosas. Como si fuera un árbol transformado en persona. Tenía el pelo blanco y las facciones esculpidas por el sol. Un hombre de campo. Hablaba con acento cerrado de Llubí y yo debía de contemplarlo con cierto asombro, porque a veces me decía sonriendo: “Sé cert que no m’entens”.  Es cierto que muchas palabras se me escapaban, pero su mensaje, su visión del mundo, era perfectamente inteligible. Universal.

“ES TORDS VOLAVEN BAIXOS”. 

Aquellas tardes de verano, esperando a que cayera el sol, hablábamos de cama a cama. Mestre Andreu me contaba cosas de su infancia y juventud. “Es tords volaven baixos...” decía entornando los ojos y levantando una mano. Hambre, miedo, falta de todo, muchas horas de trabajo. En realidad, desde entonces, no había hecho otra cosa más que trabajar. Para dar una formación a sus hijos, levantar la casa, para comprar un tractor, luego para  dedicarse a la cría de porcino cuando la famosa alcaparra dejó de ser rentable...

  Pero no se quejaba. Como tampoco decía una sola palabra de más cuando llegaba la hora de las vías intravenosas o las pruebas escalofriantes. A veces, daba saltos de dolor en la cama. Pero cuando venía la enfermera le decía discretamente: “Meam, ho hauria de mirar perque em fa un poquet de mal”. Le horrorizaban las endoscopias. El día anterior, se pasaba la mañana callado y mirando el techo. Y si le preguntaba, se limitaba a decir: “Duc una capa de dól per mor des tubo aquest”.

  Me lo imaginaba en su finca, con un sombrero de paja, cuidando a las cerdas parideras o paseando por entre los almendros. Cuando hablaba de las cosas cotidianas, incluso de los animales, manifestaba una especie de silencioso respeto. Te hacía sentir que todo estaba en su sitio. No quería ni oír hablar de vender sus propiedades. Valoraba el dinero como lo hace quien ha pasado muchas estrecheces, pero lo traducía en necesidades concretas – un piso para sus hijos, un seguro, un coche nuevo – no en un valor meramente acumulativo. “Hi ha coses més importants que es doblers”.

AIXÒ ÉS MEL" 

  Me gustaba sobre todo verlo comer. Le traían los típicos platos de hospital y él  levantaba la tapa. Hincaba el tenedor, degustaba lentamente y luego me decía con un guiño: “Això és mel”. Nunca dejaba nada.

Al final, me dieron el alta dos días antes que a él. En la medida que ello es posible, lo lamenté. Me regaló un montón de fruta, sobre todo unos melones que olían a gloria. Y cada uno se reincorporó a su vida de antes. Fueron los melones más sabrosos que nunca he probado. Porque me parecía que estaba comiendo un pedazo de aquel mundo enraizado, telúrico, real de verdad. Y me decía a mí mismo: “Això és mel”.

Pasaron dos años, y cuando quise ir a visitarle a Llubí me enteré que había muerto, meses después de aquela estancia en el hospital. Y sentí una emoción extraña, próxima y profunda. Que no sabría explicar. Desde entonces, cada vez que me encuentro con alguien de Llubí le pregunto por él, si lo conoció, si supo algo de su vida.

Compartimos algo más que unos días de hospital. Mestre Andreu me hizo reflexionar sobre unos valores cada día más lejanos. El representaba la figura tradicional del patriarca, el hombre que lo aprendió todo desde cero, acostumbrado a luchar contra la adversidad, que sacaba de la tierra una fuerza moral tan palpable como el tronco de un olivo.

Me recordó esos valores que más que etnológicos resultan etnosóficos. Porque tienen que ver con la conexión entre el presente y el pasado. Sirven para explicar la vida. Y nos dan un papel en ella.

 Pase lo que pase, es un error el olvidar la dimensión humana del hombre que trabaja la tierra. Una relación que va mucho más allá de la etnología o el folklore. Y que permanece viva en los hombres y mujeres que han vivido el cambio de un tiempo a otro, como Andreu Gelat. Su voz es el mejor testimonio y habría que evitar a todo trance que pueda perderse.

lunes, 9 de enero de 2012

Y FUMANDO UN ANTILLANA


El tiempo y el espacio son relativos. Mucho más en los recuerdos. Ahora mismo podría revivir una sensación plenísima, un auténtico viaje al pasado en apenas unos segundos. Bastaría con que tuviese en la mano un paquete rojo y azul de “Antillana”. Sacase uno de aquellos cigarrillos sin filtro. Me lo colocase en los labios. Y le prendiese fuego.

A la primera bocanada de humo, retrocedería más de cuarenta años. Lo recuerdo tan bien, lo tengo todavía tan presente. El gusto acre y seco del tabaco, el humo dulzón y sobre todo aquel papel que tenía algo meloso, que se pegaba a los labios y te dejaba un extraño retrosabor.

Aspiraría aquel Antillana y volvería a la Academia. Al altillo empinado donde se guardaban materiales obsoletos. Allí nos refugiábamos, a los 13 años, para fumar nuestros primeros pitillos. Recuerdo perfectamente el techo, a base de vigas metálicas. La pared sucia y con olor a humedad, donde dibujamos nuestros perfiles proyectados por la sombra. Y las cisternas de los aseos de profesores, que inexplicablemente estaban allí encima. Provocándonos la tentación de tirar de la cadena sorpresivamente cuando la Ballesteros de Matemáticas estuviera sentada meando.

Pero fundamentalmente, viajo a un momento germinal del alma y de la personalidad. Es curioso como en la juventud tienes una serie de contenidos que te acompañarán toda la vida, que son tus constantes. Pero en cambio, otros entonces eran gigantescos y ya los has olvidado. Y ahora, de mayor, vives sentimientos y experiencias que no tienen nada que ver con tu juventud.

Por lo tanto, se podría pensar que tu “Yo” verdadero. La esencia de lo que has sido en esta corta carrera de la vida, son esos contenidos uniformes desde la adolescencia a la vejez. Aunque tampoco sepas definirlos. Sabes que están, porque surgen de repente como una voluta de humo azulado.

Cuando exhalas, aunque sea con la imaginación, una calada de “Antillana”.

domingo, 8 de enero de 2012

ENCUENTRO CON HELENA DE TROYA



Gracias a la iniciativa de Bernat Galmés, hemos podido organizar estas Noches Griegas en Sa Fonda 74. Como un símbolo, frente al puerto de Cala Rajada, al Mediterráneo, el faro, el otro extremo de la isla. Voces antiguas para un entorno intemporal.
Después de Safo de Lesbos, este viernes es la voz de Helena de Troya. Interpretada por Cati Solivellas.

miércoles, 4 de enero de 2012

"LOS LAZOS RASGADOS" Y TONI CAPLLONCH





A veces, ciertos recuerdos vuelven a ti. Como comensales que de improviso se sientan de nuevo en tu mesa. Hace dos días, en una tarde de viento y nubes rojas, fui a Pollença. Cuando revisitas lugares que han estado cargados de significado después de mucho tiempo de no estar ahí, siempre resulta una experiencia emocionante.

Me gustó pasear por las calles pollensinas, y se me agolparon muchos recuerdos. Entre ellos el de Toni Capllonch. Lo conocí en 1980, cuando tenía una tienda de discos llamada Jonch cerca de la calle Olmos de Palma. Era una tienda muy bien surtida, y en aquel tiempo yo entraba en mi crisis de los 30. Después de años de pensar sólo en el trabajo, regresaba a mi vida el rock and roll como vocación y destino. Así que encontrar a Toni Capllonch fue como conocer a un aliado.

Pasaba regularmente por la tienda, que regentaba junto con Diana su mujer. Su hija tenía la misma edad que la mía y creo que jugaron en más de una ocasión. Gracias a haberle conocido, puse en marcha unas páginas de música moderna en el Diario de Mallorca, en las que colaboró. Y luego comenzamos a ilusionarnos en un proyecto de revista: “Roc and Foc”.

Toni era persona difícil, con un largo expediente de enfermedad y aspectos problemáticos. Pero era capaz de luchar e ilusionarse. Recuerdo que pasé un verano en su casa del Port de Pollença, escribiendo cuentos rockeros y asistiendo al concierto de Eric Burdon en Can Picafort.

Después, nuestros contactos fueron más esporádicos. Su vida se complicó mucho. Tuvo que cerrar la tienda, estuvo en el extranjero. Le perdí la pista.

Pero me quedó el libro que publicó en 1969, cuando era apenas un adolescente. Se titula “Los lazos rasgados”, lo editó el Club Pollença con una portada juvenil del pintor Joan Bennàssar. Es una novela de pubertad, muy sesentera, que trata del enfrentamiento generacional, de la rebelión, de la búsqueda de un camino.

Hace ya bastantes años, un día pasé por delante del antiguo local de Jonch. Me quedé mirándolo y entonces, por esas cosas del destino que son causales y no casuales, aparece Diana su mujer. Le pregunté por Toni y con gesto descompuesto me dijo ¡que había muerto el día anterior!

Aquello me dejó muy impresionado. Y desde entonces, “Los lazos rasgados” me ha seguido a lo largo de mis mudanzas. Como un testimonio de ese episodio, perdido ahora en el olvido.

Todo eso recordé paseando por Pollença. Y al volver a casa, busqué por internet. Cual fue mi sorpresa al encontrar bastantes referencias al libro de Toni Capllonch. Está reseñado en varias páginas de libros descatalogados y buscados.

Eso me gustó. Quizás, internet sirva para echar esas botellas de náufrago que tal vez alguien recoja. Y te permite pensar que no todo acaba en el desconocimiento, la ignorancia y el olvido.

Me hizo sentir bien saber que, a su manera, el libro de Toni Capllonch sigue vivo.