miércoles, 8 de mayo de 2019

EL DEDO DE LA ABUELA



Eso que llamamos identidad resulta tan fragmentable como un espejo de baño. Y cuando somos conscientes de ello, es como si un vértigo sin límites nos invadiera.

  Esta misma mañana me he quedado mirando mi dedo meñique. Y, de golpe, me he dado cuenta de que era el dedo de mi abuela. La misma forma, la ligera inclinación de la uña, la caída del nudillo...

  Por un momento, he comprendido que lo que llamamos "yo" es en realidad una suma heterogénea de pedazos de antepasados. Los ojos de tu madre, la frente del abuelo, la boca de tu tía, el dedo de la abuela... Es la misma sensación que te embarga cuando contemplas al hijo de un amigo de la infancia. Y en lugar de ver un hijo, lo ves a él. Exactamente igual que cuando tú lo conociste.

  ¿Hasta qué punto somos realmente libres de la determinación del genotipo? ¿Seremos en realidad una especie de patchwork mental a base del carácter de tu padre, las manías de tu tío abuelo, las depresiones de tu bisabuela?

  Si todo fuera así, y constituyésemos un zurcido de personalidades: ¿seríamos en el fondo realmente alguien? ¿No estaremos haciéndonos muchas ilusiones cuando hablamos en primera persona? ¿Somos algo más que un cocktail genético?

  Desde ese momento, el dedo de mi abuela me apunta acusador. Y como el filósofo chino que despertó de un sueño preguntándose si era una mariposa soñando ser un hombre, o un hombre que soñó ser mariposa, uno se demanda si en realidad la abuela forma parte de ti o si tú ya formaste parte de tu abuela. 




miércoles, 1 de mayo de 2019

LAS ESTANCIAS DEL SUEÑO

Hoy en día que tanto sabemos, seguimos ignorándolo todo del sueño. En el momento de apagar la luz y cerrar los ojos, somos exactamente iguales al hombre de Altamira o el hondero balear. Tan prisioneros como ellos del mundo de los sueños.
A lo largo de la vida, vamos recorriendo algo así como las estancias del sueño. Tenemos temporadas de sueños opacos, grises, mediocres. Igual que si pasásemos por el país del sueño en vacaciones. Tan vacío y deshabitado como los apartamentos de playa en febrero.
De repente pasa algo y durante unas noches cruzamos por el país de los sueños frondosos. Nuestras noches se llenan de figuras y paisajes. De junglas de recuerdos, imágenes, todas ellas transidas de una trascendencia que se nos escapa.
Luego, una noche, llegamos a la estancia del sueño terrorífico. Que es como "el túnel de la bruja" del país de la noche. Crímenes, monstruos, miedo, situaciones horribles. ¿Qué hemos hecho para merecer ese castigo?
Los sueños llegan, nos atraviesan y se van en medio de la más total de las impunidades. Nadie nos ha enseñado a saber su lenguaje. Ni siquiera nos han acostumbrado a considerarlos algo trascedente. Y así ocurre que esa otra mitad de la vida que pasamos en el sueño la perdemos, atravesando sus estancias ciegamente.
Exiliados en un país del cual jamás sabremos el nombre.
Recorriendo bosques y llanuras que nunca encontraremos en mapa alguno.