Eso que llamamos identidad resulta tan fragmentable como un espejo de baño. Y cuando somos conscientes de ello, es como si un vértigo sin límites nos invadiera.
Esta misma mañana me he quedado mirando mi dedo meñique. Y, de golpe, me he dado cuenta de que era el dedo de mi abuela. La misma forma, la ligera inclinación de la uña, la caída del nudillo...
Por un momento, he comprendido que lo que llamamos "yo" es en realidad una suma heterogénea de pedazos de antepasados. Los ojos de tu madre, la frente del abuelo, la boca de tu tía, el dedo de la abuela... Es la misma sensación que te embarga cuando contemplas al hijo de un amigo de la infancia. Y en lugar de ver un hijo, lo ves a él. Exactamente igual que cuando tú lo conociste.
¿Hasta qué punto somos realmente libres de la determinación del genotipo? ¿Seremos en realidad una especie de patchwork mental a base del carácter de tu padre, las manías de tu tío abuelo, las depresiones de tu bisabuela?
Si todo fuera así, y constituyésemos un zurcido de personalidades: ¿seríamos en el fondo realmente alguien? ¿No estaremos haciéndonos muchas ilusiones cuando hablamos en primera persona? ¿Somos algo más que un cocktail genético?
1 comentario:
Totalmente! Y añado que además en ocasiones nos identificamos con personas ajenas a nuestro árbol, tus palabras resuenan en mí, cuando te leo cómo sí fuera mío tú lenguaje. Te agradezco.
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