domingo, 31 de julio de 2011

METEMPSICOSIS




Cuando tenía 18 años, quedaba con Federico o Vizca en los bares. Una de nuestras actividades preferidas era observar a los viejos. Jubilados que se pasaban el día leyendo el periódico o discutiendo junto a la pecera. Para nosotros, eran como animales prehistóricos. Don Damián, el perilla Bailarín, el Gorra. Viejos de orden, que habían hecho la guerra. Sentenciosos y rancios.

Me fascinaba el total desfase entre su mundo interior y el real. El nuestro. Habían quedado anclados en otro planeta. Sus tertulias nos parecían hilarantes. Nos burlábamos y les utilizábamos como personajes para nuestros cuentos grotescos. Tengo en algún sitio un cuaderno con sus perfiles dibujados.

De ellos aprendí también la sombra de la muerte. Algunos desaparecieron de repente. Otros fueron adelgazando, adquiriendo un color cerúleo. Seguían en su sitio de siempre pero ya no escuchaban ni hablaban. Sus ojos miraban impávidos el umbral del otro mundo. Con ese gesto de los enfermos que saben que se van.

Ahora, cuando a veces voy a Barcelona, quedo con Federico en el mismo bar. Vizca ya ha muerto. Y me doy cuenta, sorprendido, de que los viejos extemporáneos somos nosotros.

jueves, 21 de julio de 2011

LOS QUE SOMOS NUESTRO PADRE





Por un mero mecanismo de supervivencia psíquica, nosotros siempre nos vemos igual. No sabríamos distinguir el yo actual del de hace diez, quince, veinte, treinta años. Es un continuo, una percepción sin fisuras. Por eso necesitamos a veces un espejo para percibir el paso del tiempo.

Personalmente, me impresionan los vecinos. Pero no esos a los que tratas y ves con asiduidad. Sino esos otros vecinos mucho más lejanos, que se limitan a cruzarse contigo por tu calle de vez en cuando. Muchos de ellos tienen una larga fidelidad en ese
aspecto, y los conoces desde hace tiempo, mucho tiempo.

Como no los ves más de que uvas a peras, te das cuenta dramáticamente de los cambios que afectan a su anatomía. Y piensas: “¡Cómo ha envejecido! ¡Y cuánto se parece a su padre, que ya murió hace tiempo!”.

Ya lo escribió Ramón Gómez de la Serna: “Me miro al espejo y me encuentro francamente parecido a mi padre. ¿Seré mi padre?”.
Esa es la cuestión. Todos acabamos reproduciendo rasgos y gestos de nuestros antepasados. A veces, al mover las manos reconozco un gesto muy típico de mi madre. Oigo mi voz y creo escuchar a mi padre. Huelo mi ropa y huele como la de mi abuela. Es como si el genotipo se tomara una secreta venganza contra nuestras rebeliones y afirmaciones de la personalidad, para acabar reproduciendo nuestra herencia en nosotros. Irremisiblemente.

Ese oculto proceso de intemporalidad nos resultaría poco perceptible. Si no fuese por esos vecinos ocasionales, fieles, envejecientes. Que cruzan ante nosotros con la mirada perdida y son una especie de metempsicosis de nosotros mismos.

jueves, 14 de julio de 2011

LA "MORAL" DE LOS MERCADOS






A ver si lo entiendo. Hay unos “inversores”, es decir gente que especula a altísimo nivel.

Las agencias de calificación les informan de qué países creen convenientes para invertir y cuáles no.

Los especuladores mueven su dinero en “el mercado”. Con el único fin de ganar más.

Esos movimientos hacen temblar la economía de los países.

La economía de los países hace temblar la economía de las pequeñas empresas y las familias.

Esos movimientos arruinan a las familias, a las empresas.

Al mismo tiempo se deteriora la situación internacional.

Los países destinan fondos millonarios, a base de dinero público, para compensar esos vaivenes y para que los especuladores se forren con su “dinero privado”.

¿No sería más fácil para acabar con esas “turbulencias” detener a esos “inversores” y meterlos en la cárcel por arruinar a millones de personas por pura avaricia?

¿Cuál es la maldita moral del “mercado”?

domingo, 10 de julio de 2011

HORARIO DE VERANO




El verano tiene un ritmo particular. El calor le da una consistencia elástica al tiempo. No hay apenas encargos ni recados por hacer. De manera que la rutina la creas tú. Los que no hacemos vacaciones, creamos una especie de mixtura. Intentando combinar los dos estados.

Cuando despierto escucho a los pájaros y los palomos torcaces. Primero suelo abrir las ojos poco antes de las siete, pero me reservo un rato más. Cuando salgo, el sol generalmente es limpio y adivinas si va a hacer calor o no.

Me gusta desayunar en el Club Nàutic. Ves las motoras y veleros, escuchas las conversaciones de los hombres sobre el tiempo, te puedes imaginar que vas a salir con la barca. Aunque no tengas. Después, uno de los momentos que más me gusta del día. Salgo al paseo frente al mar y lo recorro lentamente, mirando la bahía, aspirando el azul y el cielo. Es el desayuno metafísico que necesitas para ponerte en marcha.

De ahí a casa y al trabajo. Escribo con pequeños cortes. Hasta que quedas con la cabeza como un bombo y los ojos te hacen chiribitas. Es el momento de un baño rápido, en las rocas. Entrar, sumergirte y salir. Pero qué felicidad cuando te sientes dentro de un mar verdoso, denso, mineral. Limpiador de tus pensamientos y tus trabajos.

Vuelta a casa, cerrando todas las ventanas para que no entre el calor agobiante del mediodía. Como poco y una pequeña siesta, despertando a tiempo para ver “Bob Esponja”.

Reemprendo perezosamente el trabajo y no salgo hasta que el sol comienza a bajar, a eso de las ocho. Paso un momento por un bar, para tomar un café y un vaso de agua. Otra zambullida, un paseo largo por el pinar, y vuelta a casa.

Después de la ducha, viene el momento del pensamiento. Con la puesta de sol aparece la gata que vive debajo de la casa. Es sigilosa y enigmática. Se sienta sobre un almohadón y contempla el paisaje. Esa actitud suya me serena muchísimo. Como si por sus ojos comprobases que todo está en su sitio. Y no sé por qué. Aprovecho entonces para pensar las cuestiones que tengo pendiente para el día que ha de venir.

Después de la cena, veo las noticias y salgo a contemplar la noche. En la hamaca, las luces de los aviones, las estrellas, el parpadeo lejano de las casas, los barcos en el mar oscuro, parecen elementos de un mundo en miniatura. Puedo oír a lo lejos risas de niños, una canción imprecisa, la conversación de algunos vecinos. Escucho algo de música y coincidiendo más o menos con la medianoche, me voy a dormir.

Ese tiempo suspendido, en cierta manera intemporal, se va depositando después en tu memoria como esas arenas de los ríos que llevan pequeñas pepitas de oro.

viernes, 8 de julio de 2011

LA VIDA OCULTA DE LOS LÍQUENES





Sin que lo sepamos, la mayor parte de nuestros tejados están cubiertos por jardines. Secretos, minúsculos, de hermosas tonalidades. Son los líquenes que colonizan sobre todo las cubiertas a partir de tejas. Y forman esas manchas tan pictóricas, casi barcelonianas, donde los tonos van desde puntos muy vivos a superficies de gran riqueza medial. Grises, verdes, apagados, sienas oscuros.

El liquen es un organismo extraño, pues surge de la simbiosis o asociación entre un hongo y un alga. Y estos días me han venido a la mente a raíz de la presentación de las memorias del periodista y biólogo Joan Pericàs, tristemente desaparecido de forma en exceso prematura. En su texto, Pericàs evoca la tesis que elaboró para la Universidad sobre esos jardines desconocidos que forman los líquenes en el techo de la ciudad.

En algunos lugares se han llegado a contabilizar hasta más de treinta variedades de líquenes, compartiendo espacios reducidos. Resistentes a condiciones desfavorables, humildes, entre vegetales y minerales, representan una parte escondida de la vida.
Muchas veces he pensado que para comprender nuestros acontecimientos interiores, escogemos mal la metodología. Proporcionamos una volición directa a los sueños, a los recuerdos. Los humanizamos o animalizamos. Dándoles una personalidad que nos sea interpretable.

Probablemente, entenderíamos mejor nuestro psiquismo profundo si intentásemos metaforizarlo con el mundo vegetal. Por ejemplo, con estos líquenes de vida inadvertida y colores a veces indefinidos. Que sobreviven en espacios vacíos, que siguen una ignota existencia en otro tiempo y otra noción del espacio. Que siguen allí aunque los ignoremos.

Y un día, si desaparecen, dejan una mancha oscura como huella de su paso por la tierra.

miércoles, 6 de julio de 2011

CUANDO EL PODER SE VA A LA PORRA



Las imágenes de cargas policiales siempre tienen un alto contenido revulsivo. Sobre todo cuando la acción represiva se vale de un recurso que solemos tener por moral para algo mucho más práctico.

Es decir, una cosa es emplear la porra contra alguien que ha estado cometiendo acciones delictivas o violentas. Y la otra simplemente para despejar una plaza.

Todos hemos pasado por la Plaça Espanya y hemos visto la concentración humana que allí se ha reunido. Hemos visto las fotos de la carga. Y creo que nadie en su sano juicio puede pensar que los allí reunidos tuvieran el menor grado de peligrosidad. Puede que mediase la acción puntual de algún provocador, pero eso no debería justificar el empleo masivo de métodos tan contundentes.

Cuando el autocalificado poder ha de recurrir a la porra, contra ciudadanos que sólo protestan y que no adoptan actitudes violentas, es que el poder se está escindiendo ética y funcionalmente. Es que el poder se va a la porra.


(Foto: Diario de Mallorca)