domingo, 10 de julio de 2011

HORARIO DE VERANO




El verano tiene un ritmo particular. El calor le da una consistencia elástica al tiempo. No hay apenas encargos ni recados por hacer. De manera que la rutina la creas tú. Los que no hacemos vacaciones, creamos una especie de mixtura. Intentando combinar los dos estados.

Cuando despierto escucho a los pájaros y los palomos torcaces. Primero suelo abrir las ojos poco antes de las siete, pero me reservo un rato más. Cuando salgo, el sol generalmente es limpio y adivinas si va a hacer calor o no.

Me gusta desayunar en el Club Nàutic. Ves las motoras y veleros, escuchas las conversaciones de los hombres sobre el tiempo, te puedes imaginar que vas a salir con la barca. Aunque no tengas. Después, uno de los momentos que más me gusta del día. Salgo al paseo frente al mar y lo recorro lentamente, mirando la bahía, aspirando el azul y el cielo. Es el desayuno metafísico que necesitas para ponerte en marcha.

De ahí a casa y al trabajo. Escribo con pequeños cortes. Hasta que quedas con la cabeza como un bombo y los ojos te hacen chiribitas. Es el momento de un baño rápido, en las rocas. Entrar, sumergirte y salir. Pero qué felicidad cuando te sientes dentro de un mar verdoso, denso, mineral. Limpiador de tus pensamientos y tus trabajos.

Vuelta a casa, cerrando todas las ventanas para que no entre el calor agobiante del mediodía. Como poco y una pequeña siesta, despertando a tiempo para ver “Bob Esponja”.

Reemprendo perezosamente el trabajo y no salgo hasta que el sol comienza a bajar, a eso de las ocho. Paso un momento por un bar, para tomar un café y un vaso de agua. Otra zambullida, un paseo largo por el pinar, y vuelta a casa.

Después de la ducha, viene el momento del pensamiento. Con la puesta de sol aparece la gata que vive debajo de la casa. Es sigilosa y enigmática. Se sienta sobre un almohadón y contempla el paisaje. Esa actitud suya me serena muchísimo. Como si por sus ojos comprobases que todo está en su sitio. Y no sé por qué. Aprovecho entonces para pensar las cuestiones que tengo pendiente para el día que ha de venir.

Después de la cena, veo las noticias y salgo a contemplar la noche. En la hamaca, las luces de los aviones, las estrellas, el parpadeo lejano de las casas, los barcos en el mar oscuro, parecen elementos de un mundo en miniatura. Puedo oír a lo lejos risas de niños, una canción imprecisa, la conversación de algunos vecinos. Escucho algo de música y coincidiendo más o menos con la medianoche, me voy a dormir.

Ese tiempo suspendido, en cierta manera intemporal, se va depositando después en tu memoria como esas arenas de los ríos que llevan pequeñas pepitas de oro.

No hay comentarios: