sábado, 25 de junio de 2016

INTRUSO




A las casas, como a otras cosas animadas, hay que quererlas. Y cuando se las quiere, es para toda la vida. Aunque después, por una u otra razón, se las deje. Y habites en otros domicilios diferentes. Es igual, ese vínculo sentimental nunca se romperá. Al contrario, conforme pasen los años más fuerte y emotivo resultará.

 Me contaba el dueño de un local de noche que un día se paró un hombre muy conturbado. "¿Puedo entrar? Es que yo nací aquí". Y en unos minutos recorrió aquellas estancias rememorando exactamente lo que había en cada rincon. Como si lo estuviese viendo.

  Es la figura del intruso. Aquel que regresa al lugar donde vivió, pero de forma casi clandestina. Una mañana, pasé por la finca donde nací. Y me encontré la puerta abierta. Hacía cuarenta años que no entraba allí. Una secreta fuerza me impulsó a hacerlo, aunque temiera ser confundido con un asaltante o un ladrón.

  El corazón me latía fuertemente, mientras acariciaba el buzón donde recibí las primeras cartas. Luego, comencé a subir las escaleras que conocía de memoria. Iba recitando los nombres de los vecinos de mi infancia, piso por piso. Si en aquel momento alguien me hubiese sorprendido, probablemente hubiese llamado a la policía.

  Por suerte, nadie salió. Fui subiendo uno por uno todos los pisos. Hasta llegar al cuarto, y encararme con la puerta de la casa donde viví los primeros años. Todo me parecía más estrecho, más pequeño. Y eso que, hacía poco, habían pintado maderas y paredes con unos tonos muy oscuros y bastante feos. En mis recuerdos, aquella escalera aparecía mucho más elegante y bonita.

  Frente a la puerta por la que entré y salí tantas veces de niño, no supe qué hacer. Puse la mano en la madera confiando en no ser sorprendido. Y creo que, a su manera, la casa también me contestó con emoción.

  Luego, al darme cuenta de lo impropio de mi presencia, bajé las escaleras rápido y me fui.
  Acababa de ser un intruso en un casa que siempre consideraré como propia.
  ¡Qué extraño!

viernes, 3 de junio de 2016

El alma del arquitecto







Los arquitectos son creadores. Pero no dejan como herencia cuadros o libros firmados. Sino edificios que se transforman con el tiempo, llenos de vida propia. Hasta el punto que al final la gente conoce los edificios, pero no al arquitecto.



   Josep Puig i Cadafalch fue un hombre de su tiempo. Entre el XIX y el XX, arquitecto, historiador, urbanista, político, polemista, arqueólogo. Una figura gigantesca que trazó las líneas maestras del estudio del románico catalán, desenterró la ciudad griega de Empúries, creó edificios tan destacables como el de les Punxes, la casa Macaya, la fábrica Casarramona... Sin embargo, a pesar de haber presidido la Mancomunitat de Catalunya y ser un personaje público, su figura es más conocida a niveles oficiales que por el gran público.



   Nuestra propuesta de "Una passejada amb Puig i Cadafalch" busca acercar el personaje al público general. Revelar las líneas maestras de su vida. Un personaje que amó la cultura y la historia. Y que formuló a la perfección cuál es el papel de la formación cultural: "Ensenyeu als homes les disciplines més diverses: grec i llatí i
filosofia. Un cop ho han oblidat tot, hi ha un residu: aquest és la cultura".




 Estrenamos este fin de semana en la casa Macaya de la Fundació la Caixa de Barcelona. Con un gran Ferran Terraza en el papel de Puig, la música de Mariona Forteza, i la iluminación de Miquel Marquès.














 

jueves, 2 de junio de 2016

UN TALAIOT EN BARCELONA




Pocos lo saben, pero en Barcelona se alza un talaiot. Y eso que esa cultura protohistórica no llegó nunca a la Península. Sólo se conoce en Mallorca y Menorca. Con lejanos parentescos en Córcega y Cerdeña. ¿Qué hace entonces esa torre ciclópea dominando la Ciutat Comtal?

   Uno de los lugares más visitados de la capital catalana es sin duda alguna el Parc Güell. Se trata de un proyecto urbanístico muy ambicioso, que surgió a principios del siglo XX a impulsos del mecenas Eugeni Güell. En aquel momento competía con la urbanización del Tibidabo, promovida por el famoso doctor Andreu. Güell encargó su diseño a Antoni Gaudí, que estaba en la plenitud de su carrera de arquitecto.

  Al final, el Parc Güell fracasó como urbanización y quedó como un gran monumento. Mientras que el Tibidabo triunfó en lo primero y quedó atrás en lo segundo.
  
  Gaudí llenó el Parc Güell de elementos simbólicos. Uno de ellos sobre un montículo que domina toda Barcelona, el Turó de les Menes. Allí quería levantar una capilla, pero cuando empezaron las obras descubrieron en una cueva restos prehistóricos. Al parecer, Gaudí cambió entonces de parecer. Y, recordando a los talaiots mallorquines que conocía, quiso perpetuar a su manera ese recuerdo antiguo.

  De manera que construyó un verdadero talaiot, con escaleras laterales en hélice. Y tres cruces en su cumbre. Una grande mirando a la ciudad, y las otras dos orientadas hacia los puntos cardinales norte y sur. A partir de entonces, el lugar pasó a llamarse el Turó de les tres Creus o del Calvari.

   Hoy, es un lugar muy turístico. Los visitantes se suben a lo alto del talaiot para hacerse "selfies". Mientras que un músico ambulante toca un dobro acompañado por un gato y pide la voluntad. 

   Muy pocos sabrán que esa torre tosca, de gruesos sillares y forma troncocónica, en realidad es una referencia a esa Mallorca que, algunos días, aparece en el horizonte marítimo.

   Difusa como una sombra.