lunes, 13 de julio de 2009

DIEZ PRINCIPIOS PARA LA DIVULGACIÓN DEL PATRIMONIO



Divulgar, dar a conocer, empieza por uno mismo. Sólo buscando en la propia percepción, incluso en el orden de los recuerdos, se puede transmitir a los demás una vivencia organizada del patrimonio.


1. PARTIR DE LA EMOCIÓN.

El primer problema del patrimonio es su relativa opacidad. Los elementos de cualquier componente patrimonial suelen ser perceptibles para los estudiosos y los especialistas. Pero el público más amplio carece de formación suficiente para interpretar el conjunto o los detalles. Sin embargo, ello no significa que una persona no documentada sea insensible ante una iglesia, un conjunto arqueológico, un cuadro o un jardín. Lo que ocurre es que no tiene instrumentos para “leerlo”. Sólo percibe la emoción.

Este es el principio básico de cualquier acción divulgativa. Partir de la complicidad sentimental del público, y construir a partir de ella la arquitectura informativa. Si se logra, el observador o lector une el dato histórico con la vivencia inmediata, y lo convierte en un recuerdo. En algo propio. Se rompe la barrera de la ajenidad. El patrimonio deja de ser opaco.

2. CONOCER Y RECONOCER.

Las buenas guías no sólo sirven para recorrer un lugar o territorio. Su función consiste en preparar al lector, llevarlo a ese lugar antes de que lo visite. De esa manera, cuando llegue allí, reconocerá todo cuanto ha leído. Y esa sensación de conocimiento y familiaridad será su mejor guía.

Muchos textos que se supone han de guiar a los visitantes resultan tan complejos y descontextualizados que muchas veces ni siquiera se entienden en el mismo lugar. La primera prueba para una obra divulgativa consiste en evaluar si el lector, con sólo leerla, se hace una idea del conjunto “como si ya hubiera estado”.

Este punto de partida no resulta fácil. Porque es como conducir a alguien por una habitación oscura. Hay tantas cosas sin explicar, tantas fechas y datos, tantos principios y finales... Querer introducirlo todo es imposible.

Para visitar un elemento patrimonial de forma “virtual”, y guiar al lector en el terreno de la imaginación, se debe dimensionar muy cuidadosamente el itinerario. Eso implica dos leyes básicas: a) Escoger un esquema muy básico, con los datos imprescindibles y dejando los superfluos para los recursos complementarios (recuadros, apéndices, etc.). b) Organizarlo de la forma más narrativa posible. Que resulte fluida, como si se contara un viaje.

3. CAMPO DE FLORES.

Para una persona que no tiene conocimientos de botánica, un campo de flores es sólo un campo. Una extensión verde con puntos de colores. No deja de constituir una unidad indiferenciada, parecida a otras muchas.

En cambio, si te explican las diferentes especies, con sus nombres, sus características, sus leyendas, sus aplicaciones en la medicina popular, su simbolismo, el campo de flores se convierte en todo un mundo. A cada paso hallas un elemento singularizado, una historia, un momento de atención. Puedes estar una mañana entera paseando por unos pocos metros cuadrados.

Lo mismo ocurre con el patrimonio. Una portada gótica puede ser sólo una fachada. Es decir, una unidad de piedra llena de relieves y formas. Pero que se “lee” con sólo una palabra. En cambio, en el momento en que el observador conoce los nombres de las diferentes partes y es capaz de distinguir las molduras, los detalles ornamentales, el orden de las figuras religiosas a lo largo de los estratos simbólicos, la fuerza de las formas que ascienden de la tierra al cielo.
Entonces, el visitante descubre una multiplicidad de centros de interés y cambia por completo su percepción.

Este es el principio básico cuando se presenta un elemento patrimonial. Pero sólo es un objetivo. Lo difícil es la estrategia a seguir.

4. LAS TRES PALABRAS.

Imaginemos un conjunto arqueológico. Una serie de paredes de apenas medio metro que trazan formas regulares. Unos fragmentos de calles. Algún resto de estuco en la pared. Montones de cerámica. Y una cita en la literatura clásica. Eso es todo, con ello hay que construir un mensaje para escuelas, turistas, grupos de la tercera edad, que no saben nada ni en principio están especialmente interesados. Rescatar aquel lugar del olvido, devolverlo a la vida.

¿Cómo hacerlo?

Lo fácil es agrupar todos esos datos de forma lineal. “El poblado de Tucis tuvo su origen en un poblado de la edad del Bronce, según queda patente por el hallazgo de un horno metalúrgico y niveles caracterizados por cerámica globular. En época republicana consistía en una calle central rodeada de cabañas, mientras que a partir de la fase imperial se rodeó de un recinto amurallado, con una acrópolis ocupada por el recinto foral. Su existencia queda probada por una cita de Plinio el Viejo, y según el registro arqueológico fue abandonada en el curso de la crisis del siglo III d.C.”.

Este resumen, documentalmente impecable, no interesa más que a los arqueólogos. Los puntos de referencia son meramente históricos, algunos términos no resultan comprensibles para un profano. Y no hay que olvidar que un lector suele abandonar un texto al tropezar con la tercera palabra que no entiende en un mismo párrafo (en este caso “niveles”, “cerámica popular”, “época republicana”, “fase imperial”, “acrópolis”, “recinto foral”, “Plinio”, “crisis del siglo III” resultan difíciles de comprender).

La ley de las tres palabras es muy importante. Obliga a ir introduciendo los conceptos especializados con cuentagotas. Uno a uno, y siempre explicados a continuación.

5. NADA HUMANO ME ES AJENO.

Una vez desbrozada la intensidad conceptual, se debe escoger siempre un enfoque humano. Es decir, buscar los personajes que hubo detrás de los restos y las piedras. Este es un principio esencial. Siempre hay que recordar la frase de Terencio: “Soy hombre. Nada humano me es ajeno”. El sustrato de la humanidad, las historias personales, el devenir individual o colectivo, invariablemente resultan de interés. Hay que convertir las ruinas en una película, llevarlas a los temas comunes para los hombres de todas las épocas.

En el caso de la supuesta Tucis, lo primero sería contar por qué una remota comunidad de hace cuatro mil años (siempre es mejor cuantificar aproximadamente el número de años entre el pasado y la actualidad que utilizar fechas arqueológicas) se instaló allí. Preguntarse qué tenía aquel lugar, qué recursos, cuál era su paisaje, cuánta gente vivía, en qué condiciones, cuál sería su vida cotidiana.

Cuando se explican épocas sin apoyatura arqueológica, se debe recurrir a paralelos aplicables. Cómo era la vida en una población romana de pequeño tamaño, su urbanismo, sus tiendas, quién circulaba por las calles, de dónde salía la comida y el agua.

El objetivo es montar la película, pintar el cuadro, componer una escena viva. Humana.

6. LA TEORÍA DEL MOSAICO.

Una vez llevado el lector a un escenario humano, descriptivo y sensorial, se pueden ir desarrollando las diferentes partes teóricas. Para ello, siempre se debe contextualizar. Si se habla de la edad del Bronce, concepto vacío para un lector normal, conviene explicar cómo era Europa en aquel momento, qué culturas y comunidades vivían en los alrededores de la zona. De esta manera, el mosaico de diferentes informaciones completa el cuadro. Y las explicaciones periféricas inciden también en la central.

Explicar por ejemplo la vida en Cuenca durante el siglo XX sin hacer referencia a las pautas de vida occidentales, la historia y cultura del país en los últimos años, las influencias extranjeras, etc. no tendría sentido. Esta misma teoría del mosaico nos ha de servir en la antigüedad.
Hay que referenciar los flujos sociales, los grandes centros irradiadores de costumbres y cultura regionales, los modelos más universales de cada época (Egipto, Grecia, Roma etc). Aunque se trate de un modesto poblado sin relevancia.


7. LO MÁS.

Un recurso muy empleado en la divulgación cultural, quizás demasiado efectista pero que funciona, es el principio de “lo más”. A la hora de presentar un monumento, al lector le causa impresión que destaque sobre los otros por algo. Que sea “el más antiguo de entre los de la región”, “el más abundante en restos prehistóricos”, “el más elevado”, “el de mayor extensión”, “el más estudiado”, “el más desconocido”...

En la divulgación arqueológica este sistema sirve para dar un contenido a lugares difícilmente abordables desde otro punto de vista. Aunque es algo tópico y fácil, siempre resulta preferible al silencio o la falta de contenidos. Proporciona al lector un agarradero, un punto de referencia a partir del cual acumular la información.

8. PAISAJES.

En el caso de muchos monumentos, la referencia al paisaje resulta obligada. El contexto natural les da profundidad y explica muchos aspectos: la orientación, los caminos, las vistas, los accidentes señalados. Además, los aspectos naturalísticos y ecológicos complementan muy eficazmente cualquier explicación meramente patrimonial.

Al fin y al cabo, se trata de sensibilidades parecidas aplicadas en diferentes objetivos.
Comprender, divulgar, preservar.

9. CERRAR CICLOS.

Al presentar una historia o una narración, el lector siempre es sensible al antiguo placer de conclusión. Como cualquier película, canción, relato o novela, el inicio de una historia plantea una serie de personajes, situaciones y cuestiones que al final deben quedar resueltas. Incluso en el caso de una obra de arte o un monumento antiguo, el lector se pregunta cuándo surgió, que hechos vivió y por qué llegó a la situación en que se encuentra.

Al concluir una explicación, conviene plantearse qué preguntas y motivos surgieron al inicio de la narración, y dejarlos cerrados. Ello forma parte de la aproximación humana, del viaje imaginario, de la empatía o comunidad de sentimientos con el lector.

10. DIVULGAR ES PRESERVAR.

Cualquier divulgación tiene una proyección concreta, modifica la realidad. En cierta medida, a pesar de no ser conscientes de ello, las guías constituyen una auténtica toma de postura, un compromiso. Inciden en aspectos concretos, pueden originar la presencia de numerosas personas, activar ciertos comportamientos, despertar valores sociales.

La persona que se plantea una obra de divulgación ha de ser consciente de las consecuencias reales de su escrito. Muchas veces reconfortantes, pero también ingratas si originan problemas.
Se ha minimizado la labor de folletos, guías, prospectos, carteles, que parecen menores al lado de los libros o las obras de investigación. Pero nada más lejos de la realidad. Estos textos explicativos, guiadores, son utilizados por miles de personas. Y hay que evaluarlos tan concienzudamente como si fueran un discurso ante la Real Academia.

Detrás de cada trabajo de divulgación hay una idea implícita, verbalizada o no. Y la mejor de todas es que sólo mediante la divulgación se asegura la protección.

Dejar el patrimonio en el olvido, reservado a unos cuantos investigadores o al disfrute privado, supone hurtarle el respaldo de la opinión pública. Sólo cuando un monumento es apreciado por la colectividad, cuando forma parte de su sistema simbólico y su imaginario social, está garantizado que nadie lo destruirá impunemente.

Y sólo existirá esa conciencia social con una divulgación eficaz. Y la divulgación sólo será eficaz si es empática, si comparte sentimientos, si apela a la raíz humana del arte o la historia.

No hay comentarios: