lunes, 6 de julio de 2009
TORMENTA
Llueve como en la antigüedad. De repente, los colores cambian de valor. El cielo cubierto por tintas de calamar. Y las montañas de Artà iluminadas por una claridad fluorescente. Espectral. Es un instante de irrealidad antes de que el parabrisas se ahogue entre cubetazos furiosos.
Paras el coche y el turbión te sepulta en una soledad absoluta. Bajan lenguas de barro por la carretera y de repente no existen puntos de referencia. Nada más que la lluvia. El vacío.
Hay momentos de vértigo existencial en que te quedas aislado como ahora. Escuchando el repiqueteo de los pensamientos. Con las ventanillas vahadas y el mundo que ha huido. Tragado por el embudo de los acontecimientos. Qué pequeño y qué frágil en tu pequeño cubículo. Y cómo resuenan las mismas palabras, pánicos y obsesiones. Luchando por abollar el chasis del alma.
Puede durar unos minutos, pero parecerán horas. Cuando diluvian las cosas que creías olvidadas.
La lluvia aporrea su batería, para dar miedo. Redobles, golpes de bombo y platillo. Pero acaba por cansarse y pasa lentamente a las escobillas. De la marcha guerrera a una pieza de jazz cool. Las ventanillas recuperan el paisaje y te invade un olor muy fuerte y refrescante. Respiras hondo, con alivio. Vuelves a estar situado en un mundo exterior. Existe otra vez el paisaje.
Los riachuelos cruzan el asfalto, desde la cordillera hacia el mar. Reaparecen las montañas, y por sus quebradas caen saltos de agua que dejan un reguero negro en la roca.
Ves, escuchas y hueles lo mismo que Homero: "Como dos torrentes se despeñan por los montes, reúnen las fervientes aguas en hondo barranco abierto en el valle y producen un estruendo que oye desde lejos el pastor en la montaña..."
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