Pertenezco a una generación que no tiene nada contra el turismo. Al contrario. En los
60, las familias extranjeras nos traían nuevas costumbres, amistades, músicas.
Era una ventana abierta, un soplo de aire libre en la gris y triste realidad de
la época. Después, el ejercicio del turismo nos abrió la posibilidad de visitar
otros países. Conocer realidades diferentes. Ser conscientes de muchas
evidencias que resultan inalcanzables cuando se vive, como decía
Brassens, "empalado en el campanario de su pueblo natal".
Nunca me molestó, todo lo contrario, convivir con familias y
gentes de otros países. De hecho, si tuviera que escoger un territorio patrio,
me habría decidido por ese mundo un poco extraterritorial y "naif" de
las tiendas de "souvenirs", los flotadores de pato, las toallas y los
bronceadores. En el cual crecí y con el cual me siento identificado.
¿Qué ha ocurrido? Desde hace unos años, lo que entendemos
por turismo me genera cada vez mayor rechazo. Y me costaba entenderlo. Esa
actividad ha ido privatizando ámbitos de la vida ciudadana. Subiendo los
precios, cerrando locales tradicionales, cambiando lo que era cotidiano por
usos de parque temático. Empleando un tono psíquico cada vez más degradado.
Intrusivo y transformador en el peor sentido. El primitivo concepto de turismo como generador de riqueza se ha transformado en sustento de una oligarquía económica. A base de trabajo basura y consumo de bienes comunes.
Los ciudadanos nos vamos a vivir a otros
sitios. Buscamos las tiendas razonables que quedan. Los pocos reductos reales que sobreviven. A la busca de un alquiler razonable. Ahora, los extranjeros
somos nosotros.
Los turistas con los que me cruzo ya no son tanto aquellas
familias sencillas del flotador, sino grupos de beodos gritones y
desagradables. Ricachones prepotentes. Ya no son turistas, sino consumidores de
turismo. Que es algo bien distinto.
Seguimos denominando turismo a una actividad que ya no lo
es. Cada vez hay menos visitantes interesados por el país que visitan.
Respetuosos con la comunidad que les acoge. La actividad turística se está
convirtiendo en una descarnada compraventa. A cambio de dinero, todo vale. A veces, sin
saber ni siquiera dónde se encuentran.
Lo siento. Pero me resisto a calificar como
"turistas" a muchos de los individuos que ocupan nuestros pueblos y
ciudades. Porque turismo viene de "tour", y deriva de los viajes que
los jóvenes aristócratas del siglo XVIII realizaban por Europa para adquirir mundo.
Hacer un "tour" significaba querer aprender, asimilar. No
emborracharse y darse puñetazos en la playa.
Para llamar las cosas por su nombre, deberíamos hablar de
antiturismo. Que es la actividad excrementicia que está ocupando ese nicho
económico al que, con tanta fruición, se dedica mucha gente.
El turismo de verdad es mucho más respetable.