Cada uno tiene sus querencias. Generalmente, nos gusta
atesorar diferentes objetos a los que damos un valor sentimental. Hay quien se
decanta por los trenes eléctricos, las maquetas, los muebles antiguos, los sellos,
las vitolas, los sombreros, las corbatas... Los más pudientes y los excéntricos
incluso coleccionan coches de lujo.
En mi humilde caso,
los objetos preciados son las guitarras. Desde hace muchos años, y pese a mi
poca pericia musical, han ocupado una parte importante del imaginario de los
deseos. Tal vez porque las ves tan expuestas, tan deseables en algunos
escaparates. Con sus colores vivos, sus brillos barnizados, sus resortes
metálicos. Como muchos otros objetos, te prometen la felicidad cuando no las
posees. Por eso vuelves una y otra vez a contemplarlas. Y al final, las
guitarras más importantes de tu vida son las que no llegaste a comprar.
Todavía recuerdo la acústica que me hizo perder el sueño a
los 19 años. Colgaba de una tienda bastante modesta, y era una guitarra muy
sencilla. Pero en aquel momento inalcanzable para mi bolsillo. Diría que la
tengo todavía delante. Era de un rojo "sunburst", con el puente
volado. Me imaginaba tocando con ella las pocas canciones de Brassens que
entonces conocía. Pasé durante mucho tiempo por delante del comercio para
verla. Y creo que nadie la compró, porque allí seguía. Hoy, tantos años
después, la tienda ha cerrado. Me pregunto adónde fue a parar mi guitarra
añorada.
Años después, me
enamoré de una Ricken "Red devil" igualmente expuesta. Como ya era
mayor, pude entrar e incluso probarla. Sin embargo, tampoco tenía dinero para
comprarla. Días después, incluso soñé con ella. Sentía su cuerpo de caja y la
podía acariciar. Me desperté con una extraña felicidad. Siempre he lamentado su
pérdida. Como una promesa desvanecida.
Útimamente he
encontrado otra guitarra deseada. También una Ricken de 12 cuerdas, azul
cobalto. Llevo cinco o seis años cortejándola. La he tenido en mis manos. La he
mirado y remirado. Quizás, en algún momento pude adquirirla. Pero luego pensé
que lo mejor era dejarla en el museo de las guitarras no compradas.
Porque allí tocará
perennemente la música de las ilusiones por cumplir.