Algunos días, en el mundo real hace frío. Sopla un viento gélido. Llueve, truena. Entonces, piensas en los refugios. Y ves, allá lejos, la luz tranquila de un faro. Que es como un símbolo de lo estable, lo protegido. Haga la noche que haga, el faro sigue destellando hacia la lejanía. En su torre pintada de blanco. Como la esperanza de la humanidad.
Uno de los grandes errores que cometemos es ignorar la sensibilidad infantil. Hemos creado un concepto de adultez que equivale a conocimiento, sabiduría, destreza y verdad. Como si todo lo anterior no tuviera importancia. Fuera incompleto o defectuoso. ¡Cuánto nos equivocamos! ¡Cuánto saben los niños y los adolescentes! Mucho más que nosotros los adultos.
Noé solo tiene cinco años. Pero hace ya un tiempo que es propietario de un faro. En el faro guarda sus cosas más preciadas, que no tiene problema alguno en dar o prestar. Allí cobija a sus amigos, y a los que necesitan un refugio. Desde allí contempla el mundo. Va y viene de su faro para ir a la escuela, convivir con la familia, aprender. Con toda facilidad. Porque su faro es imaginario.
¿Es imaginario? Cuando Noé te dice muy serio: "Sí, de esto yo también tengo en mi faro" está formulando una verdad. Porque su faro existe. Y no solo para él, sino también para todos los que todavía conservan una chispa de la infancia. De la magia, la imaginación, la ternura, la fantasía. El mundo por el que los no-adultos transitan con facilidad. Viajando a países y regiones vedados para los mayores. Como el faro de Noé.
He conocido a varios niños creativos, imaginativos. De gran vida interior. Y me recuerdan a los de mi infancia. Siempre marginados por los niños matones, los fuertes, los empollones, los mimados. Aquellos que ya eran mini-adultos antes de serlo. Porque jugaban a favor de un sistema retrógrado con la riqueza espiritual.
Los niños fareros son muchas veces incomprendidos. Y muy a menudo sufren por ello. Hasta que encuentran a un amiguito con el que compartir el faro. Entonces por fin dejan de sentirse solos.
Alguien debería decirles que no se preocupen. Que el faro de Noé y de tantos otros niños es intemporal. Que, si él quiere, no desaparecerá nunca.
Incluso cuando llegue a la adultez y a la vejez. Allá seguirá, con su luz iluminando los nubarrones oscuros.
Entonces comprenderá que una de las mayores riquezas es tener, toda la vida, un faro como el de Noé.