Si he de ser sincero, creía que Alain Robbe-Grillet ya había muerto. Quizás porque hace muchos años que el "nouveau roman" pasó al archivo de las vanguardias desvanguardiadas.
Lo conocí en 1981. Y me sorprendió que, a diferencia de lo plúmbleo de su prosa, era sagaz muy irónico y divertido.
Sus libros más que libros parecen pinturas. Son para contemplar, no tanto para leer.
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