Böcklin es prácticamente un pintor de un solo cuadro. La Isla de los Muertos le ha sobrevivido y demuestra que cuando se pintan paisajes del alma, aunque sean de la parte más oscura y avérnica, reverberan en lo más profundo de la psique.
Los muertos están allí justamente porque no se ven. Ocultos en el cielo plomizo, el mar denso y la tristeza infinita de la piedra y los cipreses.
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