sábado, 25 de octubre de 2008

ELOGIO DEL MATOJO



El aire no sólo está lleno de wi-fis y llamadas de móviles. Aunque nos parezca imposible en esta época tan tecnológica, también navegan las semillas. El soplo generador de la naturaleza. Se da entonces el fenómeno de que montones de tierra abandonados, solares recién escombrados, rincones sin construir, se llenan de especies vegetales espontáneas. Semillas traídas por el viento que se diseminan incluso en los sitios menos convenientes.
Siempre me han dado que pensar esos matojos que se ufanan fuera de tiempo y lugar. Esos mantos vegetales, ramas verdes, flores pequeñas y luminosas, colonizando los espacios más despreciados. Mientras las brigadas pagadas por el ayuntamiento llenan de macetas y flores ornamentales los espacios nobles destinados para ello, la naturaleza hace lo propio en su contrario. En los solares que pronto serán arrasados para construir un edificio. En lo más vil y despreciado.
El matojo borde, la "mala hierba", son ignorados por todos. La gente se gasta dinero en comprar una planta de vivero, pero arranca sin piedad aquello que le trae el viento. Nadie les considera bucólicos ni atractivos. Ni un solo grupo ciudadano protestará cuando lleguen las máquinas y se los lleven por delante.
Sin embargo, las malas hierbas son las macetas de lo invisible, los ramos de novia de los pobres, la alfombra de los abandonados. Están allí decorando aquello que nadie quiere decorar, planteando un desarrollo y una vegetación que no tiene futuro. Identificadas con los insectos y las ratas. Jamás consideradas como jardinería de los cielos, sino como simple basura.
Por eso, tal vez la comprensión del mundo debería empezar por el elogio del matojo. El respeto hacia esas vegetaciones que surgen por generación espontánea y, en el fondo, recuerdan la realidad de las cosas. Por más que uno se empeñe en que un descamapado aparezca yermo, pelado, dispuesto para las máquinas, siempre habrá plantas que crezcan por sorpresa. Que nos recuerden que el destino natural de las cosas es crecer, florecer, confundir lo silvestre con lo urbano.
En cualquier lugar, por más desierto que parezca, acaban por crecer los matojos. Y en eso se parecen a la esperanza de los hombres.

2 comentarios:

Anaís dijo...

Hola Carlos. Antes de abrir el Diario de Mallorca esta mañana, nunca antes había leido nada tuyo, pero he de ser sincera y decirte que el artículo "Luz de otoño" me ha impresionado. Lo ha hecho hasta tal punto que he decidido buscar más información sobre ti y la verdad es que me gusta tu forma de escribir. Acabas de ganar una nueva seguidora.

Besos

cgt dijo...

¡Muchas gracias Anais!

Carlos