jueves, 17 de diciembre de 2009

LA ENFERMEDAD DEL CESAR




Como periodista, he seguido la vida y la obra de cuatro presidentes de Gobierno. Y a estas alturas he sacado una conclusión clara: existe una "enfermedad del César". Cuando empezó, Adolfo Suarez era un político algo caótico. A trancas y barrancas, con mejor o peor fortuna pero valientemente, fue sacando las cosas hacia adelante. Sin embargo, su carrera dio un vuelco en la última fase. Se convirtió en el "prisionero de La Moncloa", convirtió sus virtudes en tics, se despegó de la realidad y dejó el país al borde del golpe de Estado. Eso sin citar su triste epílogo con el CDS.

Felipe González fue aclamado como"la gran esperanza blanca" al subir al poder. Su carisma era contagioso y se convirtió en una especie de personaje del imaginario popular. También durante su primera época era visto con simpatía, pese a su retórica y su forma un poco extraña de hacer las cosas. También le sobrevino el fatal cruce del Rubicón, la enfermedad del César. Y al final vivía abotargado, sumergido en su propio autodelirio de gran líder mundial, rodeado de pelotas, corruptos e incompetentes. Despreciando los problemas de la calle en favor de las "metaestrategias" mundiales. Entregó él solito el país a Aznar.

Incluso José María Aznar dio, en sus primeros tiempos, una imagen moderada. Parecía un gestor poco brillante pero eficaz, capaz de solucionar algunos temas con sensatez. Pero enloqueció antes que los otros. Se entregó a una paranoia ideológica sin límites, arrogante y endiosado. Despreciaba todo lo que ignoraba, por seguir un símil machadiano.

Y qué decir de Zapatero. Entró como un niño bueno. Enfrentó los principales problemas del país, parecía insuflar un aire nuevo. Pero se ha quedado en un papel de prestidigitador de feria, rodeado de ayudantes de fakir, prometiendo y sacando conejos de trapo de la chistera, deslumbrado por los oropeles internacionales, de espaldas a los problemas reales de la calle.

¿Qué les pasa? ¿Cuál es el secreto factor que desencadena la enfermedad del César? Tal vez esos viajes constantes, que deben de enloquecer a cualquiera. Quizás la convivencia con otros líderes internacionales, que les hace soñar en la pertenencia a una casta superior. O la corte de pelotas, adláteres y aprovechados que termina por rodearlos. O su separación del vivir de la calle, a la que confunden con los periódicos.

Sea lo que fuera, ese mal cesáreo es una innegable realidad.

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