domingo, 17 de abril de 2011

DOS NOCHES EN EL CEMENTERIO DE PALMA





Hace unos cuatro años, seguía el hilo de varias historias de “La ciudad desvanecida” de Mario Verdaguer. Y me llevaron al cementerio de Palma. Tenía una idea muy difusa del recinto, como la mayoría de los palmesanos. Pero cuando empecé a pasearme por él siguiendo nombres y referencias concretas, me quedé asombrado. Allí estaban el marmolista Lagrange, el escultor Grauches, el capitán Oliver “descubridor” de la Mano Negra... Como si en esos recuerdos de piedra palpitara un poco la vida que Verdaguer les había insuflado.

Me interesó el cementerio y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que no había nada publicado sobre él. Que se ignoraba todo sobre las obras de arte, algunas muy notorias, que allí se encuentran. Y que tampoco existía protección o divulgación alguna sobre su valor e historia.

Aquel fue el origen de mi trabajo en Son Tril·lo, y no una tendencia mórbida por lo “gótico” como muchos se deben figurar.

UN MUNDO CERRADO

En 2010, tuve la suerte de elaborar para el ayuntamiento de Ciutat una pequeña guía de paseo del Cementerio, a fin de que fuese más fácil identificar los puntos de interés. Con la ayuda de ARCA, llevamos a cabo varias veces visitas guiadas. Y el año pasado comencé un inventario patrimonial que, si todo va bien, finalizará este 2011.

Pero entretanto, crecía en mí una evidencia. El Cementerio de Palma es un triple museo. De arte, de historia, pero también de emociones. Allí están expresadas la tristeza, la melancolía, la desesperación, el amor, el miedo, la esperanza. Y esa formulación, mixta de epitafios, fotografías, jardines, estatuas e iconografía, no se puede explicar. Hay que sentirla.

Aprovechando experiencias similares que se realizan en otras ciudades, propuse entonces llevar a cabo un itinerario sensorial. La luna llena en el cementerio. Un paseo de noche. Sólo de sensaciones. Era una idea complicada, pero todo pareció conjugarse para que pudiese llevarse a cabo.


LA LUNA LLENA

Así fue como los días 15 y 16 de este mes de abril, en pases a las 22 y las 24 horas, llevamos a grupos de unas cuarenta personas por el paisaje inmóvil, selénico, resonante, del Cementerio. Algunas lechuzas pasaban majestuosas, como fantasmas blancos. En una capilla lejana temblaba la luz de una vela. Se escuchaba el canto de un chorlito que daba vueltas a nuestro alrededor. Mientras que el mundo real, presente a través de la filtración del ruido y la luz, cada vez parecía más lejano y fantasmal. Como si lo verdadero fuese el escenario lleno de ecos y silencios del cementerio.

UNA ILUMINACIÓN POÉTICA





Las visitas precisaron de un equipo importante. Todo el mundo quedó asombrado con la iluminación dirigida por Miquel Fuster de Efectes. Poética, insinuante, muy bien medida. Que supuso extender más de 800 metros de cable, centenares de bombillas, antorchas, focos. Todo ello en un espacio de movilidad tan compleja como es éste. Fue un desafío técnico que se resolvió de forma brillante.

ANGEL PSICOPOMPO, CONDUCTORA DE ALMAS


Los actores fueron una parte esencial de la experiencia. Laura Dalmau estaba magnífica con su vestido blanco, su mirada honda de psicopompa o embajadora entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Llevaba una “varita” de luz con la que guiaba a la gente y marcaba las estatuas más expresivas. Majestuosa, etérea, entre angélica y terrible. Verla caminar desde lejos con su luz, seguida de un séquito de sombras, impresionaba.

ÁNGEL DE LUCHA INTERIOR, ESPADA DE LA MUERTE

David Rodríguez leyó un poema de Alberti dedicado a los ángeles, lleno de lucha interna, de desgarro. Y puso una voz muy especial a la presencia de Rosselló Porcel, poco antes de morir con apenas 25 años. Devorado por la tuberculosis, la fiebre que “allunya les estrelles”.

LA VOZ DE LOS AVERNOS







El gran Xim Vidal, con una voz y una presencia física rotunda que impresionó a todo el mundo, dio los acentos más hondos, solemnes, patéticos. Y su interpretación de los versos de la Divina Comedia en la puerta de las catacumbas es uno de esos momentos memorables que no se olvidan jamás. “Deixeu tota esperança els que hi entreu...” Qué frase tan aterradora.


MÚSICA ENTRE LÁPIDAS



Uno de los episodios más especiales se produjo en el cuadro 4. Allí, Toni Miranda y Miquel Ferrà transmitieron muchas cosas a través del mensaje musical. Hicieron sentir los acentos trágicos de muchas muertes, mientras sobre ellos la luna iluminaba las copas de los cuatro cipreses que marcan el lugar. Nada más lejano al miedo, a lo truculento, a lo facilón. Unas piezas muy sencillas (“La canción de la estrella” de Tannhauser y “Saturne” de Brassens) con los acentos profundos del contrabajo y la melancolía de la guitarra clásica.

EL APLAUSO DE LOS MUERTOS

El tránsito de las catacumbas sólo con la luz de las antorchas quedó proyectado hacia un infinito emocional gracias a la voz de Arantxa Andreu. Que al final del largo pasadizo, sola y en la oscuridad, esperaba a los visitantes cantando suavemente “In trutina” de Carl Orff. Muchos la observaban como si fuese un ser fantástico, y su voz salía por las claraboyas como la redención de tanta oscuridad y tristeza. Estoy seguro de que, en su otro mundo, todos los difuntos allí sepultados se sentaron embobados, apoyando la barbilla sobre las manos, con los ojos ensoñadores, escuchándola. Caballeros de bigotes retorcidos, señoras con altos moños, niñas de lazo en la cabeza. Hechizados incluso más allá de la muerte al ver tanta poesía y delicadeza en un lugar habitualmente desierto e inhóspito.

DETRÁS DE LAS SOMBRAS

La tramoya de todo el montaje estaba a cargo de un gran especialista: Dominic Hull, de Estudi Zero. El cuidaba de que el paso de los grupos no se dispersara, controlaba la entrada, ayudaba ante cualquier problema. Con su presencia física imponente y la voz campanuda que le singularizan.

Y entre las sombras, como un duende, el joven Adrià Ferrà corría de un lado a otro. Conducía a los actores, cambiaba los estrados de lugar, avisaba a los músicos. Fue quien tuvo una visión más insólita del evento. Siempre entre la oscuridad.





EL ARTE ESTÁ DENTRO

La gran duda era si todo acabaría en una farsa, en una pantomima. Si realmente algo tan complejo llegaría a transmitir ese mensaje emocional que pretendía. Era imposible comprobarlo sin llevarlo a cabo. Había que esperar la reacción del público.

El éxito de entrada fue total, pues las invitaciones se agotaron antes de que se anunciara su puesta a disposición del público. Pero luego estaban las reacciones. El asombro con que la gente contemplaba la aparición de la Psicopompa, envuelta en su haz de luz blanca. O las dudas antes de seguir la ruta hacia un túnel quemante, lleno de luces rojizas que temblaban. O la emoción al escuchar la historia triste del escultor Grauches, contemplando allí mismo uno de sus ángeles.

Al salir, un hombre vino a verme. “Después de esto, he llegado a la conclusión de que hay más arte dentro que fuera del cementerio” me dijo emocionado.

Una chica, con los ojos muy azules y abiertos, me cogió del brazo. “¿Sabes que creo? Aquí lo que hay es amor, mucho amor”.

No sé si los muertos nos observan, no sé si existe otro mundo o un reino de los espíritus. Pero de lo que estoy seguro es de que el recuerdo a las personas que nos precedieron, la invocación de sus nombres y sus historias, componen un sentimiento profundamente humano.











2 comentarios:

Toni Real dijo...

Me ha parecido un proyecto muy interesante, lástima de no haberme interesado y no poder haber optado a participar. Enhorabuena.

Manu dijo...

Yo me entere tarde, me hubiera encantado asistir. Poco a poco voy siguiendo la libro-guía de Carlos en mis paseos por el cementerio.
Saludos.
Manu