martes, 17 de mayo de 2011

BARCOS HUNDIDOS




Muchos han subrayado las analogías simbólicas entre el viaje por mar y el destino. Quizás no haya representación más ajustada de la personalidad humana que los barcos. Tienen su personalidad, su origen, su final. Y navegan sobre la incertidumbre permanente del qué pasará.


Por eso mismo, no hay nada tan dramático y destinencial que el hundimiento de un barco. Un suceso de enorme carga simbólica, que mueve las cortinas más profundas del alma. Recuerdo, por ejemplo, la experiencia de haber contemplado el final del "Menorca". Era una embarcación que a finales de los 80 estuvo mucho tiempo abarloada a dos viejos mercantes, en el Dic de l'Oest. El "Menorca", con la obra muerta pintada de blanco y azul, se fue degradando. Algunos indigentes subían a refugiarse en él.


Una noche, el barco se incendió. Recuerdo la agitación, los bomberos, el olor a plástico quemado. Pero sobre todo el momento en que, como una ballena herida de muerte, se dio la vuelta. Dejó su panza oscura al aire, y comenzó a hundirse. Con un rasgamiento sonoro, una lentitud operística. Producía una emoción difícil de explicar. Allí quedaría para siempre, y creo que sobre sus restos se construyó una de las nuevas plataformas del dique.


Otra imagen que me quedó grabada fue la del 11 de julio del 2007. Estaba en Es Castell, comiendo con unos amigos. Y vimos pasar a muy poca distancia el casco amarillo del "Don Pedro". Ninguno de nosotros podía imaginar que era su último viaje. Al salir del puerto de Eivissa, chocaría y se iría a pique.


Los pecios, los barcos desaparecidos, dejan un rastro espectral de recuerdos y leyenda. Por eso, sus últimos momentos tienen incluso en los barcos más viejos y cascajos, una grandeza de tragedia. Un destino universal.

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