lunes, 30 de mayo de 2011
IBIZA BLUES
Barcelona gris de 1973, dura, hostil. Iba en un autobús en un día de frío. Y en la ventanilla, empañada, con fondo de vaho y humedad, alguien había escrito con el dedo: "Ibiza".
Hay lugares por los que te dejarías morir. No sabes por qué. Son como esas historias de amor que te arrastran como una catarata. Grabadas a fuego en el corazón y la memoria. Cuando desembarqué del "Ciudad de Barcelona" aquel mismo año, Ibiza parecía un mundo distinto. La luz, la gente, el olor a pachulí, una extraña sensualidad de lo simple.
Me dije: "Yo quiero vivir aquí". Y en cierto modo, nunca dejaría de pertenecer a la isla.
Desde aquel momento hasta hoy, he llevado a Ibiza en el corazón. He ido siempre que he podido pero no como un turista ni un "usuario", sino como un enamorado. Paseo por los mismos lugares, sigo mis pequeños rituales, aspiro el cielo ancho de la escollera, recuerdo los lugares que conocí hace ya ahora muchos años. Siguen ahí, me alimentan. Como el motor desconocido de los sueños.
He sentido auténtico horror al ver la corona de fuego que devoraba la sierra de Morna. El humo, el paisaje quemado.
Ibiza ha sido noticia por unos días. Luego, pasará a segundo tercer o cuarto plano. La gente se olvidará de la desolación.
Pero quedarán los montes calcinados, yermos, las estacas negras de lo que fueron árboles.
La tierra cura, pero a veces duele.
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