martes, 28 de junio de 2011

RECUERDOS PERDIDOS



No hay nada que dé más rabia que la traición de la memoria. Suele ocurrir cuando, por ejemplo, te encuentras con alguien a quien hace mucho tiempo que no veías. Hablas. Y te empieza a evocar episodios que te suenan a chino: "Sí hombre, ¿no te acuerdas de aquel restaurante donde comimos tan bien?", "oh sí, qué guapa aquella mujer que vino con nosotros a la playa", insiste. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién?, te preguntas irritado porque es como si te estuviese contando la vida de otra persona.

Es un problema importantísimo, del que sin embargo no sabemos nada. La memoria tiene sus agujeros negros, que engullen la información y las imágenes del pasado con la misma avidez que los interestelares. Por ejemplo, estás tres días en un hotel y por supuesto no te equivocas con tu número de habitación. Pero a la que te marchas y estás dos días fuera, se borra automáticamente.

Ocurre lo mismo con los teléfonos. Los has tenido durante años, los has dado una y otra vez. Pero cuando te cambias el número, ese queda engullido por el bidet oscuro de la desmemoria para siempre. A ver quién es el guapo que se acuerda de todos sus números pasados. O de la gente con la que cenaste aquella noche en Madrid. O del funcionamiento de esa máquina de fotografías que hace años no utilizas.

¡Gran misterio! Porque lo más desconcertante es que esa información no se pierde. Está ahí, en algún sitio. Lo que ocurre es que hemos perdido la ruta de acceso a ella. ¿Por qué? ¿Qué nos barra el paso a su recuperación?

Enigma insondable. Ya que, de repente, en el momento en que menos te lo esperas, encuentras la ruta. Generalmente cuando ya no te hace falta. Recuerdo una noche en que me desperté sobresaltado. Acababa de soñar con mi clase de párvulos. Era un sueño límpido, clarísimo. ¡Y recordaba uno por uno los nombres de mis condiscípulos de los cinco años! Incluso despierto, muchos de ellos me bailaban por la mente.

¿Dónde está el pozo de esos recuerdos perdidos?

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