domingo, 6 de noviembre de 2011

HORARIO DE OTOÑO




El otoño introduce otro ritmo de vida. En verano suelo repartir mi horario entre varias estaciones. La hora del pájaro comprende la mañana, que aprovechas para hacer cosas y trabajar. La hora del lagarto, largo equinoccio siestil cuando apenas puedes salir al exterior. La hora del gato, cuando sales por fin a darte un baño crepuscular y recuperas un poco la acariciabilidad de las cosas. Y la hora del lobo, que siempre es la alta noche.

En otoño la hora del lagarto es sustituida por la hora de la liebre. Por la mañana, te levantas para contemplar las nubes enalgodonadas en las montañas. Vuelves enseguida a casa para huir de la lluvia y encender las primeras estufas. Trabajas contemplando por la ventana esas teologías de grises que abren o cierran el horizonte.

Y después de comer, sales a toda velocidad como liebre. Para aprovechar el escaso tiempo del paseo con luz de día. Sobre todo el momento en que se pone el sol, sobre las 6, y la piedra arenisca adquiere un color de rey Midas, dorada y fulgente. Mientras el cielo se combina con azules cobalto y nubes diagonales. Vuelves a casa y ya es de noche. Como todavía no es tiempo de encender la chimenea, esas veladas se hacen largas y un poco melancólicas. Te sorprendes a las ocho, mirando la oscuridad. Dando la vuelta a la pecera oscura de los recuerdos. Mientras la lluvia repiquetea en los cristales como pidiéndote entrar.

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