Para la mayoría de la gente, el tren no es sino un medio de comunicación. Pero algunos, entre los que uno se cuenta, también lo tenemos como un medio de terapia. Un tratamiento para escapar de la realidad cotidiana sin ni siquiera tener que pagar el billete.
La llamada estación intermodal de la Plaça Espanya, sin aparentar nada del otro mundo, posee ese capital de sugestión que uno pide a cualquier centro de ferrocarriles. Al ser subterránea, ofrece la oscuridad un poco algodonosa de los túneles. Se escuchan los rechinamientos de los rieles, los avisos por los altavoces. La gente entra y sale con cierto apresuramiento...
A poca imaginación que uno tenga, puede trasladarse a muchos kilómetros de distancia. Vista desde un rinconcillo y entornando un poco los ojos, podría tratarse de Madrid Atocha, de Barcelona Sants, incluso de París Austerlitz. Encuentras el mismo olor a espacio cerrado, la misma luz mate, la sensación de provisionalidad y paso, los ecos de corta reverberancia. La gente que sale podría llegar de Niza, de Port-Bou, de Lisboa. Aunque, en realidad, no pasen de Muro o incluso de Marratxí. ¡Pero qué más da! La imaginación no conoce fronteras. Incluso en plena crisis, con los bolsillos vacíos, puedes tomar el tren de la fantasía para escapar.
Pensar que estás a punto de coger el Orient-Express o el Transiberiano. Que te espera un larguísimo trayecto lleno de aventuras, samovares de té y mujeres fatales. Que existe todo un continente abierto más allá aguardando que la locomotora se interne en esos valles y llanuras para llevarle lejos, siempre más lejos. Muy lejos.
Oh ciudadano insular que a veces sufres el mal de la claustrofobia kilométrica y no puedes escapar, acércate por la estación intermodal. Quédate ensoñativo unos momentos y evádete hasta dónde quieras.
Convierte por un momento la estación intermodal en una estación intersoñal.
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