Estuve en Ca na Palleva el mismo día en que lo visitaba Gaspar Llamazares. Había mucha gente, el movimiento antiautopistas de Ibiza se encontraba en su momento álgido. Guardia civil vigilando las obras, y unas maquinotas negras y resoplantes a lo lejos.
El entonces líder de IU llegó en un coche, con todo un séquito.
Bajó a toda prisa, atendió las explicaciones de algunos de los asistentes. Miró
a un lado y a otro y luego soltó un discursito de circunstancias.
Entonces, na Margalida de Ca na Palleva salió del
"porxu" con una sonrisa y le entregó a Llamazares una camiseta de los
antiautopistas. Lo hizo con un amago de vergüenza y una sonrisa payesa. Con
afabilidad y sencillez. Yo entendí perfectamente el gesto. Para ella, era una
manera de agradecer a alguien que venía de tan lejos su apoyo a la causa, a la
defensa de aquella casa donde ella y sus hijos vivían y que estaba a punto de
desaparecer. Porque la defensa de Ca na Palleva fue sobre todo sentimental.
Pero Llamazares puso una cara de extrañeza, como si no
supiera muy bien qué hacer. Se puso frente a los periodistas con la camiseta en
la mano. Para luego volver al coche y salir a toda velocidad.
Na Margalida de Ca na Palleva era una mujer ibicenca de la
cabeza a los pies. Esas mujeres dulces, payesas, maternales. Con rasgos anchos
y unas manos gruesas, talladas por el trabajo. He conocido bastantes mujeres
como ella. Y me sugieren la imagen del campo ibicenco, lleno de gente emotiva y
sentimental. A los que les basta poco para sacar las lágrimas. Gente tallada de
una sola pieza. Como ella.
El recuerdo de na Margalida me impulsó a escribir la canción
Ca na Palleva. Que he tocado por todas las Islas, orgulloso de pregonar aquella
lucha que aunque no acabó bien dejó un testimonio que la historia sabrá
apreciar. Ahora me he enterado de su muerte. Y lo lamento. Porque mujeres como
ella son cada día más difíciles de encontrar en el mundo en que vivimos.
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