Ponemos en marcha un nuevo formato: el Garridiario en el comedor. Se trata de una adaptación del cabaret que llevamos al teatro Sans durante dos temporadas, pero concebido ahora en formato mini. De bolsillo. Para representar en algunas casas particulares frente a una audiencia reducida.
Lo que llamamos crisis ha supuesto la desaparición casi por completo de la cultura subvencionada. Se ha caído todo el edificio que ocultaba la triste realidad: la ausencia de un "público cultural". Durante años, las instituciones se han preocupado mucho más por salir en la foto que por crear un hábito cultural entre el público. Se ha descuidado la cultura de base, impostando todo tipo de acontecimientos sin mucho más criterio que la campaña de imagen.
Ahora queda lo real. Y lo real es reducido, pobre y sencillo. Por eso tiene su congruencia ir a buscar el público incluso a su propia casa. Volver a lo cierto.
El Garridiario de bolsillo no puede contar con todos los alicientes del teatro. Pero intentará mantener el mismo espíritu, alternando invitados y colaboraciones. En la misma línea anterior. Mariona Forteza, Arantxa Andreu, Adri Ferrà, etc.
Comenzamos el próximo jueves día 31 de enero en el marco de "Cultura a casa".
Tiempo de anticiclón. Por las mañanas, algunas vaguadas
conservan durante largo rato esas lenguas de niebla. Espesas, matéricas,
inmóviles. Como si la propia Creación hubiera tenido un “pentimento” de pintor,
y se dedicara a borrar fragmentos del paisaje, para volverlos a pintar después.
La niebla es
un fenómeno muy metafórico. Ofrece al espectador numerosos espectáculos para
reflexionar y contemplar en sí mismo los acontecimientos psíquicos. Es indicio
incluso de ciertas verdades que sin ella serían más difíciles de comprender.
Parafraseando la famosa expresión latina “in vino veritas”, podríamos decír que
también hay una “in nebula veritas”.
A veces,
llegamos a los bordes del banco de niebla. Allí la conjunción de elementos
resulta muy interesante. La niebla se desfibra en sus contornos, de manera que
por un trecho se puede ver parte del paisaje cubierto, la propia bruma, y
después la zona libre de calígine. En ese corto espacio, las luces adquieren
calidades insospechadas. Los rayos de sol se cuelan en el interespacio libre,
dibujándose de forma nítida sobre el vapor. Del mismo modo que los focos se
definen sobre el humo. Allí, la luz se solidifica, moldea. Mientras que apenas
un poco más atrás, esa misma luminosidad queda absolutamente diluida en el
banco vaporoso. Inerte, indecisa, plana, blanquecina.
Analógicamente, hay momentos de la vida que transcurren entre las
nieblas. Cuando determinados acontecimientos te nublan por completo, te
desbrujulean y hacen perder el norte. Pero, de repente, algo cambia y penetra
ese rayo de luz casi corpóreo. Y detrás del telón blancuzco de la nube se
adivinan los árboles, los caminos y las casas. Un poco irreales, presentidos.
Hasta que, una
vez fuera de la sábana neblinosa, recuperamos la orientación. Olvidamos el
tránsito por el mundo de lo confuso, como si no existiese. Porque la luz, el
paisaje abierto, no contemplan nunca la pérdida de visión. Como nuestra rutina
no acepta jamás la hipótesis de la desgracia.
Entrar y salir
por esas periferias de la niebla tiene entonces algo de mistagógico y hasta de
revelador. Como si fuese un ejercicio metafísico.