viernes, 11 de enero de 2013

“IN NEBULA VERITAS”


Tiempo de anticiclón. Por las mañanas, algunas vaguadas conservan durante largo rato esas lenguas de niebla. Espesas, matéricas, inmóviles. Como si la propia Creación hubiera tenido un “pentimento” de pintor, y se dedicara a borrar fragmentos del paisaje, para volverlos a pintar después.

 La niebla es un fenómeno muy metafórico. Ofrece al espectador numerosos espectáculos para reflexionar y contemplar en sí mismo los acontecimientos psíquicos. Es indicio incluso de ciertas verdades que sin ella serían más difíciles de comprender. Parafraseando la famosa expresión latina “in vino veritas”, podríamos decír que también hay una “in nebula veritas”.

 A veces, llegamos a los bordes del banco de niebla. Allí la conjunción de elementos resulta muy interesante. La niebla se desfibra en sus contornos, de manera que por un trecho se puede ver parte del paisaje cubierto, la propia bruma, y después la zona libre de calígine. En ese corto espacio, las luces adquieren calidades insospechadas. Los rayos de sol se cuelan en el interespacio libre, dibujándose de forma nítida sobre el vapor. Del mismo modo que los focos se definen sobre el humo. Allí, la luz se solidifica, moldea. Mientras que apenas un poco más atrás, esa misma luminosidad queda absolutamente diluida en el banco vaporoso. Inerte, indecisa, plana, blanquecina.

 Analógicamente, hay momentos de la vida que transcurren entre las nieblas. Cuando determinados acontecimientos te nublan por completo, te desbrujulean y hacen perder el norte. Pero, de repente, algo cambia y penetra ese rayo de luz casi corpóreo. Y detrás del telón blancuzco de la nube se adivinan los árboles, los caminos y las casas. Un poco irreales, presentidos.
   
Hasta que, una vez fuera de la sábana neblinosa, recuperamos la orientación. Olvidamos el tránsito por el mundo de lo confuso, como si no existiese. Porque la luz, el paisaje abierto, no contemplan nunca la pérdida de visión. Como nuestra rutina no acepta jamás la hipótesis de la desgracia.
   
Entrar y salir por esas periferias de la niebla tiene entonces algo de mistagógico y hasta de revelador. Como si fuese un ejercicio metafísico.

No hay comentarios: