En ocasiones, el rincón de una escalera despierta historias
suspendidas. Imaginaciones que se van repitiendo aunque sean ficticias e
imposibles. El elemento que es capaz de desencadenarlas radica en esas
geografías interiores, esas caídas de perspectiva. Escaleras del casco antiguo
con peldaños estrechos y muros larguísimos. En ellas radica un germen, una
insinuación. Como una sombra recorriendo la pared llena de humedades y
meandros.
La imaginación nos hace fabular que subimos esa escalera proyectando
nuestra silueta en el muro, cuando escuchamos un sonido en lo más alto. Son
otros pasos. Alguien que desciende. A medida que nos aproximamos, la sombra
crece. Los sonidos se acompasan. Hasta toparnos de frente con un personaje que
nos contempla. Reconocemos algo familiar, una identidad profunda que nos une.
Como si en esa escalera se hallara el punto de contacto
entre las dimensiones del tiempo. Porque quien baja es el yo del futuro que se
cruza con el yo del presente.
¿Qué hubiera ocurrido hace treinta o cuarenta años si ese yo
se nos hubiese aparecido en una escalera oscura? El yo del futuro sabía todo lo
que había de suceder. Es un visitante del destino. ¿Y si de repente hubiera
empezado a relatarnos hechos terribles de los que no podríamos tener ni
siquiera sospecha? Ennumerando la gente que morirá, las cosas que
desaparecerán, los cambios, las rupturas, las equivocaciones, la llegada de
calamidades, las quiebras y ruinas. Qué secretos más terribles surgirían en ese
intersticio del tiempo.
Algo así sólo podría ocurrir en escenarios que han
permanecido al margen del paso de los años. Que son como flotadores
sobrenadando el oleaje de los tiempos. Allí, donde las manchas son las mismas
que las de hace cuarenta años. Los ruidos se repiten. Y es posible que el yo
del futuro se aparezca para formular sus oscuras admoniciones.
Si esa imaginación se llegara a cumplir, sería imposible
vivir con ella. Porque el futuro debe conservarse siempre como un enigma, algo
sin conocer.
Por eso, al subir por esas escaleras del casco antiguo tan
vetustas, estrechas, oscuras, húmedas y resonantes, siempre tienes miedo de
pisar sin quererlo el punto cero que comunica el presente y el porvenir.