jueves, 21 de febrero de 2013

EL VISITANTE





En ocasiones, el rincón de una escalera despierta historias suspendidas. Imaginaciones que se van repitiendo aunque sean ficticias e imposibles. El elemento que es capaz de desencadenarlas radica en esas geografías interiores, esas caídas de perspectiva. Escaleras del casco antiguo con peldaños estrechos y muros larguísimos. En ellas radica un germen, una insinuación. Como una sombra recorriendo la pared llena de humedades y meandros.

La imaginación nos hace fabular que subimos esa escalera proyectando nuestra silueta en el muro, cuando escuchamos un sonido en lo más alto. Son otros pasos. Alguien que desciende. A medida que nos aproximamos, la sombra crece. Los sonidos se acompasan. Hasta toparnos de frente con un personaje que nos contempla. Reconocemos algo familiar, una identidad profunda que nos une.

Como si en esa escalera se hallara el punto de contacto entre las dimensiones del tiempo. Porque quien baja es el yo del futuro que se cruza con el yo del presente.

¿Qué hubiera ocurrido hace treinta o cuarenta años si ese yo se nos hubiese aparecido en una escalera oscura? El yo del futuro sabía todo lo que había de suceder. Es un visitante del destino. ¿Y si de repente hubiera empezado a relatarnos hechos terribles de los que no podríamos tener ni siquiera sospecha? Ennumerando la gente que morirá, las cosas que desaparecerán, los cambios, las rupturas, las equivocaciones, la llegada de calamidades, las quiebras y ruinas. Qué secretos más terribles surgirían en ese intersticio del tiempo.

Algo así sólo podría ocurrir en escenarios que han permanecido al margen del paso de los años. Que son como flotadores sobrenadando el oleaje de los tiempos. Allí, donde las manchas son las mismas que las de hace cuarenta años. Los ruidos se repiten. Y es posible que el yo del futuro se aparezca para formular sus oscuras admoniciones.

Si esa imaginación se llegara a cumplir, sería imposible vivir con ella. Porque el futuro debe conservarse siempre como un enigma, algo sin conocer.

Por eso, al subir por esas escaleras del casco antiguo tan vetustas, estrechas, oscuras, húmedas y resonantes, siempre tienes miedo de pisar sin quererlo el punto cero que comunica el presente y el porvenir.

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