sábado, 6 de abril de 2013

LA ESCALERA EN EL BALCÓN



El año 1975, pasé un período del servicio militar en Palma. Recuerdo a un teniente, que había servido con los Regulares, especialmente afable. Cuando tenía guardia se paseaba con chilaba y si saludaba a sus superiores les decía: “A ses seves ordres”. Algo insólito en la España del tardofranquismo.


Un día, tomando un café en la cantina, se ofreció para acompañarme al día siguiente hasta el cuartel. “Reconocerás mi casa enseguida: tengo una escalera colgada en el balcón”.
Efectivamente, en un sencillo bloque de pisos que hacía esquina, te fijabas enseguida en aquella escalera colocada en la pared, bien visible, como si fuese una escultura dadaísta. Desde entonces, siempre que paso por delante de ese enclave me sorprende ver todavía la escalera. Exactamente igual que en aquel año de 1975. Y a saber cuánto tiempo llevaba ya allí.

En la mitología personal de cada uno, algunas imágenes acaban por convertirse en símbolos. El mundo cambia tan rápido, la gente mayor que conoces muere, los niños de repente son adultos, donde había un campo hay ahora un barrio de casas, se te olvidan las cosas, pierdes la pista de los amigos. Es como el río de Heráclito, que siempre cambia aun siendo el mismo río.

Por eso, esos jalones intemporales van tomando una importancia insospechada. La escalera de mano en la pared sigue allí. Ha contemplado el cambio acelerado de la barriada. Me vio cuando era un jovenzuelo vestido de militar y me ve ahora, hecho un paseante otoñal. Pero ella continua exactamente igual. Como una señal de la pervivencia de ciertas cosas.

Cada vez la contemplo con más nostalgia y simpatía. Hasta el punto de que, hace poco, decidí colgar también mi escalera de mano en el patio abierto. Como si fuera una contraseña secreta en la lucha por que el tiempo no se te lleve.

No hay comentarios: