Nada más revelador que lo intrascendente. No en vano, los
antiguos siempre buscaban parábolas y enseñanzas en las cosas más sencillas.
Llegando a Palma por la carretera vieja de Sineu, a la altura de S’Hostalot, me
percaté de un detalle. Una diminuta mariquita, de esas que ahora populan por
los campos, se había instalado en el parabrisas.
La velocidad
del coche no alteraba su gesto imperturbable. Se inclinaba ligeramente hacia
adelante, para resistir el viento. Y levantaba más la patas traseras que las
delanteras. Mientras, su divertido caparazón rojo con motas negras, parecía
estremecerse. Como si estuviese disfrutando de la experiencia.
A todos nos
resultan simpáticos estos insectos. Tienen una forma tan de cuento infantil,
que es imposible no pensar en que traen buena suerte. Y que son acompañadores
favorables de nuestros jardines y huertos.
A medida que avanzaba, sentía una cierta responsabilidad
hacia la marquita. ¿Hacia dónde la estaba conduciendo? ¿Tendría un hogar,
familia e hijitos a los que dejaba atrás para siempre? ¿Qué le esperaba en ese
nuevo destino al que mi coche le estaba llevando de forma irremediable?
Suponía un cierto peso moral pensar que aquel
pequeño ser vivo salía de algún campo, y que yo le iba a depositar en pleno
centro. Un lugar lleno de peligros de aplastamiento. Ingrato, sucio. Tal vez
sin medios de supervivencia. De manera que estuve un buen rato deliberando
conmigo mismo. Mientras veía a la mariquita haciendo surf de viento en el
cristal.
Finalmente,
decidí pararme antes de entrar en la ciudad, y dejarla en algún sitio más grato
para ella. Al fin y al cabo, no era tan complicado y me quitaba un peso moral
de encima.
Entonces, mientras todavía marchaba, la mariquita abrió sus
elitros y salió volando por sí misma.
Un pequeño
suceso. Una gran analogía. Pensaba en cuál sería el destino de ese insecto.
Quizás cayera sobre el asfalto y fuera automáticamente chafado. Tal vez pudiera
colarse en un corral y vivir feliz su vida de mariquita. Quizás se extraviara,
se ahogara en un charco. Vete a saber. Y todo dependía de algo tan imprevisible
como el instante en que decidió volar. La vida, la muerte, la felicidad o la
enfermedad y la desgracia.
Así es también
nuestro destino. Una vida agradecida o terrible puede decidirse en un segundo
imposible, que ni siquiera depende de nosotros.
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