¿Se imaginan a Sócrates con teléfono móvil? Estaría sentado en las escalinatas del Partenón, rodeado de sus discípulos, intentando convencerles de las leyes eternas. Y sonaría el teléfono. El filósofo contestaría de mala gana, para luego colgar. Y decir a sus seguidores: "Era Platón, ese chico es un pesadito. No llegará a ningún sitio". Seguiría con su discurso y se escucharía el aviso de un Whatsapp. Con fastidio, Sócrates volvería a hurgar en su túnica. "Maldito Aristófanes, siempre con sus coñitas envenenadas". Retomaría el hilo de su plática, y otro mensaje. "Por Zeus, son los administradores del templo de Asclepios. Dicen que mi tarjeta de crédito ha caducado".
¿Hubiera sido realmente un buen filósofo Sócrates de haber estado sometido al diálogo fractal que nos invade en la actualidad?
Varias son las características de este nuevo intercambio dialéctico. Los griegos se reunían en un simposio para discutir. Ello suponía en primer lugar decidir quiénes iban a ser los interlocutores. Enmarcar la charla en un espacio determinado y un tiempo concreto. Seguir un ritual: música, efebos bailando, verter el vino en la crátera, seguir un turno de palabra...
La telefonía móvil nos ha colocado en un mundo fractal, donde todo es poligonal, fragmentado e irregular. Te pueden llamar en el momento más inoportuno y no puedes hacer nada. Te llegan mensajes de gente a la que no conoces. A veces, los avisos de Whatsapp se encadenan como una música diabólica, obligando a romper el hilo de lo que estás haciendo para atender a varios asuntos radicalmente distintos. No hay cadencia ni ritual, sólo intrusión. Y además, el lenguaje de sms y whatsapps resulta tan limitado que se acaban repitiendo unas pocas fórmulas. Sin posibilidad de ir más allá.
Ni sofistas, ni filósofos, ni Platón ni Aristóteles.
De haber inventado la antigüedad clásica el móvil, el mundo sería hoy bien distinto. Probablemente, todavía más bárbaro.
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