Desde el día en que descubrí esa verdad, cada día aparece con mayor claridad ante mis ojos. Las piedras sienten, hablan a su manera, viven y también mueren. Aunque con ciclos y lenguajes muy distintos a los nuestros.
Un caso claro son las que podríamos llamar "piedras de compañía". Son aquellas con las que te topas durante una excursión, un paseo. Una piedra pequeña te llama la atención. Y si te inclinas para cogerla, estás perdido. Desde ese momento, la piedra entra a formar parte de tu destino.
Puede ocurrir que no te des cuenta. Y la rechaces. Si es así, en el momento en que la piedra vuelva a caer al suelo, y se pierda entre las otras, emitirá un pequeño lamento. Se quejará con amargura de que no hayas querido compartir con ella tu vida. Y arrastrarás en tu karma la melancolía de las piedras perdidas que no quisiste acoger.
Pero si la aceptas, si la guardas en tu bolsillo, la piedra forma parte a partir de ese momento de tu vida. Te acompaña en los momentos buenos y en los malos. Se deja acariciar mientras haces tiempo, esperas, y sientes su presencia en el bolsillo. Junto al llavero, el móvil y las cosas importantes.
Una vez la piedra se ha convertido en piedra de compañía, siempre te será fiel. La llevarás durante una época contigo, y luego la dejarás en un estante o lugar de privilegio. Recordando las aventuras compartidas. Y si por un triste azar la pierdes, lo lamentarás para siempre. Recordarás tu piedrecita extraviada, que tal vez llore en algún solitario despeñadero. Sin posibilidad alguna de reencuentro.
Porque es verdad: las piedras tienen su corazoncito.
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