Hace unos días caminaba por una céntrica avenida de Palma.
En ese estado intermedio entre la realidad y el recuerdo. Ese traspaisaje que
asoma detrás de los edificios y te devuelve los ecos de cosas que has conocido,
y que ya pertenecen a otro tiempo.
De repente,
empecé a hacer recuento de las tiendas que habían desaparecido. Una agencia de
viajes, un establecimiento de ropa, una pastelería, una librería infantil... Y
me di cuenta de que en su lugar sólo se habían abierto tiendas caras. Con
nombres en inglés o alemán y productos "exclusivos". Ni una de ellas
está dirigida al palmesano medio, al ciudadano de a pie. Todas tienen como
objetivo un hipotético residente rico, que compra arte, equipos vanguardistas,
ropa importada carísima, muebles y decoración, y sobre todo busca grandes
villas con piscina por precios astronómicos.
¿Qué ha
pasado? La gente se lamenta de la pérdida de lugares tradicionales, como Casa
Roca y ahora el Lírico. Pero lo grave es todo el movimiento de transformación
que hay detrás. El cambio de modelo económico.
El negocio en
Palma se focaliza en tiendas de recuerdos, heladerías, franquicias, almacenes,
grandes superficies comerciales, alquileres turísticos, venta inmobiliaria. Y
frente a ello, ¿qué puede hacer un café tradicional de alquiler barato? ¿O un
comercio de toda la vida para gente de a pie?
Los nuevos
usos económicos son el caballo de Troya de una gran mutación, de la que muchos
no son conscientes. Ejemplos los tenemos en otras ciudades turísticas, donde
los residentes tienen que abandonar su zona de siempre porque no pueden
costearse una vivienda allí. Y en su lugar, empresas internacionales compran
edificios enteros y los destinan al uso turístico.
Una vez han
subido los precios de las viviendas, una vez los residentes se han desplazado,
una vez los comercios tradicionales han cerrado, es muy difícil la marcha atrás
por más retórica política que lo asegure. La realidad económica es la que manda.
Así que
estamos condenados a pasear por calles fantasmales. Habitadas por los antiguos
bares, comercios y lugares de otros tiempos sólo en nuestra imaginación.
Sustituidas por reclamos que ya no son nuestros, ni nos resultan accesibles, ni
responden a nuestras necesidades.
Al final,
también nosotros seremos habitantes espectrales de esas avenidas del Recuerdo.