viernes, 8 de enero de 2010
LA ENFERMEDAD INFANTIL DEL PERIODISMO
Como cualquier actividad y herramienta, el periodismo tiene sus contraindicaciones. La más elemental, utilizarlo para otros menesteres. Nos ha ocurrido a todos y supone ese primer estadio a superar. Cuando alguien que tiene un ventanal público se topa con un problema, se cabrea y dice: "Pues te vas a enterar. No sabes con quién estás hablando". O bien cuando, para hacer el caldo gordo, se emplean los medios de comunicación como puro autobombo. De manera que el usuario no sólo paga el producto, sino que además tiene que tragarse toda la autopropaganda viscosa y aburrida.
En nuestros lares tenemos numerosos ejemplos de ambas dos cosas. En un primer análisis, puede creerse que esa enfermedad infantil del periodismo que es mirarse el ombligo o utilizarlo como un arma arrojadiza, responde a un privilegio. Pero no es así.
En realidad, esas utilizaciones bastardas y torpes lo que hacen es devaluar el propio prestigio. Se basan en el axioma de que el lector o espectador es idiota. "Ahora a éste le voy a endilgar el problema que he tenido con mi telefonía móvil". "Se van a enterar todos del premio que me han dado en la Eslovaquia central". "Yo, director de mi cadena, voy a decir lo cojonuda que es mi programación navideña y además saldré bailando con frac el fin de año".
Y lo que se hace es el ridículo.
La medicina contra esa enfermedad infantil del periodismo es sencilla. Tratar al lector o televidente como lo que es. Una persona exigente, sensata, inteligente.
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