domingo, 26 de diciembre de 2010
PACOTILLISMO
jueves, 23 de diciembre de 2010
ESCORAMIENTO
Las escaleras de la Costa den Brossa siempre me han parecido peligrosas. Pero no sabía hasta qué punto. Todo empezó el día en que el fisio me puso ante el espejo en calzoncillos. “¿Lo ves? El empeine del pie derecho está un poco inclinado hacia afuera”. Me lo quedé mirando. Tenía razón. Y salí algo preocupado al saber que escoraba hacia la derecha. ¡Debía mantenerlo en secreto! Pero ignoraba las consecuencias que este pequeño defecto iba a tener en mi vida profesional.
Resulta que mi desviación ligeramente conservadora hace que cualquier pequeño desnivel me haga tambalear si me coge a desmano, o mejor dicho a despié. Con lo cual puedo subir y bajar grandes escalones, pero medio centímetro puede ser fatal.
Por ejemplo, la antedicha Costa den Brossa. De escalones tan descompensados, con alturas siempre incómodas sobre todo si desciendes.
Tenía que pasar. Una noche de sábado navideño iba algo apresurado, caminando a zancadas. Por la cuesta circulaban muchas familias cargadas de regalos y listas de Reyes. Todo lleno de luces, niños, fum-fum-fum y animación navideña.
Al segundo escalón, una pequeña inclinación me hizo torcer el pie derecho. Entonces, para asombro de todos los presentes, hice una serie de aspavientos en el vacío. Para ser más precisos: primero me incliné hacia la derecha (siempre la derecha, ¡pardiez!), luego agité las manos tal como hacen los del “follow me”. A continuación el cuerpo se dobló hacia adelante. Hice un gesto instintivo con la cabeza para compensarlo. Pero el tobillo se acabó por doblar. Entonces, y para asombro de las familias navideñas, di varios saltitos intentando frenar en vano. A continuación caí directamente sobre los escalones, con los brazos extendidos hacia adelante. Para descender después, al modo del trineo de Santa Claus pero sin renos, tres o cuatro filas de escalones ruidosamente. Hay que decir que al tiempo pronunciaba expresiones malsonantes que no puedo reproducir aquí.
Después de esa secuencia a lo Laurel & Hardy se hizo un silencio espeso entre la gente. Lo rompió una niña señalándome con el dedo: “Mamá, ¿no es ese señor que escribe en el periódico?”.
Todos me miraron con alarma. Cielos. ¿Creería usted a un articulista que se cae solo por unas escaleras de apenas tres dedos? ¿Seguiría sus consejos? ¿Le consideraría creíble?
Ya sabía yo que ese escoramiento a la derecha no me traería nada bueno.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
GOICOECHEA, UN ESCRITOR EN CASA
jueves, 16 de diciembre de 2010
MÚSICA EN EL WC
Los aseos representan algo así como el subconsciente de los establecimientos. He conocido lugares de postín, que se pretenden sofisticados y lujosos, donde a la hora de descender al averno de los mingitorios te ofrecían un mísero cuartucho. A compartir a veces con casi cien personas al mismo tiempo. Algunos wcs de restaurantes te hacen sentir ganas de salir corriendo. Otros resultan lúgubres, con meandros de humedad, mazmorréicos. Cerrados, claustrofóbicos.
Afortunadamente, también ocurre lo contrario. De repente, y donde menos te lo esperas, encuentras unos baños públicos de auténtico lujo. Capaces incluso de despertar ciertas reflexiones.
Por ejemplo, en lo que fuera el antiguo convento de Santa Margalida y donde funciona el Centro de Historia y Cultura militar de Baleares. El claustro se aprovecha como local de exposiciones. Y si alguien tiene una emergencia, puede realizar un feliz descubrimiento.
Los baños públicos de este lugar tienen en su recibidor nada menos que ¡un piano! Es una visión insólita. Uno recuerda hace años las señoras que guardaban los baños con mirada hosca, acostumbradas a los peores espectáculos. Y que te exigían con mirada fiera el óbolo de Caronte. O las palanganas de cerámica, o incluso algunos ramos de flores. Por no hablar de las máquinas de preservativos.
Pero, la verdad, nunca había encontrado un piano en la puerta de los lavabos de caballeros y señoras. Aquello me dio mucho que pensar. ¿No hemos desaprovechado históricamente estos aposentos? Meros lugares de paso, para evacuaciones perentorias y siempre algo clandestinas.
¿Por qué no habrías de encontrar de repente un pianista interpretando una polonesa? O una exposición de escultura. O un quinteto de cámara tocando el “Quinteto de la trucha”. Sería hermoso, relajante. Después del bienestar físico inherente a esas actividades, te deleitarías también el espíritu.
Y saldrías de los wc literalmente “como nuevo”.