Los aseos representan algo así como el subconsciente de los establecimientos. He conocido lugares de postín, que se pretenden sofisticados y lujosos, donde a la hora de descender al averno de los mingitorios te ofrecían un mísero cuartucho. A compartir a veces con casi cien personas al mismo tiempo. Algunos wcs de restaurantes te hacen sentir ganas de salir corriendo. Otros resultan lúgubres, con meandros de humedad, mazmorréicos. Cerrados, claustrofóbicos.
Afortunadamente, también ocurre lo contrario. De repente, y donde menos te lo esperas, encuentras unos baños públicos de auténtico lujo. Capaces incluso de despertar ciertas reflexiones.
Por ejemplo, en lo que fuera el antiguo convento de Santa Margalida y donde funciona el Centro de Historia y Cultura militar de Baleares. El claustro se aprovecha como local de exposiciones. Y si alguien tiene una emergencia, puede realizar un feliz descubrimiento.
Los baños públicos de este lugar tienen en su recibidor nada menos que ¡un piano! Es una visión insólita. Uno recuerda hace años las señoras que guardaban los baños con mirada hosca, acostumbradas a los peores espectáculos. Y que te exigían con mirada fiera el óbolo de Caronte. O las palanganas de cerámica, o incluso algunos ramos de flores. Por no hablar de las máquinas de preservativos.
Pero, la verdad, nunca había encontrado un piano en la puerta de los lavabos de caballeros y señoras. Aquello me dio mucho que pensar. ¿No hemos desaprovechado históricamente estos aposentos? Meros lugares de paso, para evacuaciones perentorias y siempre algo clandestinas.
¿Por qué no habrías de encontrar de repente un pianista interpretando una polonesa? O una exposición de escultura. O un quinteto de cámara tocando el “Quinteto de la trucha”. Sería hermoso, relajante. Después del bienestar físico inherente a esas actividades, te deleitarías también el espíritu.
Y saldrías de los wc literalmente “como nuevo”.
3 comentarios:
¡Hahahaha! Este Garrido es genial...
Jajajaja. ¡Qué épico!¡Un piano!
O a la Trinca con su Barón de Bidet...
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