viernes, 11 de febrero de 2011

EL SECRETO DEL ANTICUARIO



Los objetos tienen su vida secreta. Eso se sabe desde la más remota antigüedad. Lo que ocurre es que nos resulta difícil percibirla. Porque el contexto en que nos movemos premia siempre la movilidad, la rapidez, la inmediatez. Hacen falta unas determinadas condiciones para escuchar la voz silenciosa de las cosas.

Esa es la razón de que los anticuarios resulten siempre tan fascinantes. En ellos, los objetos hablan. Podemos hacer una prueba bien sencilla. Vayamos primero a una tienda convencional, de cualquier tipo. Paseemos por las estanterías, toquemos algunos productos. No sentiremos nada.

A continuación, entremos en un anticuario. Es como pasar de una calle transitada al interior de una catedral gótica, donde resuena musicalmente hasta el más leve de los murmullos. Allí, cualquier objeto por mínimo que sea te habla. Posee una especie de aura significante, evocadora de historias y presencias del pasado. Tocas un reloj de cadena, y te parece sentir la presencia metempsicótica de otros propietarios. Un señor bigotudo, con gafas de quevedo, dándole cuerda lentamente mientras mira el paso de los bergantines por el puerto.

Te quedas contemplando una pintura. Y es como si a tu lado se congregase un grupo de gente de otros tiempos. A tu lado. Todos aquellos que han tenido aquel cuadro en su habitación. Donde quizás nacieron varios niños, murió gente, hubo una guerra, se tramaron conjuras. La pintura lo contempló todo silenciosamente, inmóvilmente.

Pero, en cambio, ahora nos trasmite la sospecha de todos esos acontecimientos del pasado. Aunque no pueda contárnoslo directamente, nos despierta la cámara oscura de las ensoñaciones, las fantasías. Y si la compramos, nos sentimos afortunados. Porque pasamos a formar parte de la cadena intemporal de gente que ha vivido a su lado. Tal vez, cuando ya no estemos, esa pintura seguirá su camino. Pasará a otras manos. Y sus futuros propietarios se la quedarán mirando pensativos. Mientras nosotros, convertidos ya en uno de esas presencias invisibles del pasado, nos agrupamos con los otros espectros para llenarla de sueño y contenido.

Un anticuario es un lugar de solemnidad casi religiosa. Deberíamos dedicar al menos un rato cada semana a pasearnos por sus estantes. Ayuda a comprender la existencia.

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