CAN
(Apócope que significa "casa de")
Pocas cosas trata el habla mallorquina con tanta ternura como el concepto de casa. Aplicación profunda del principio de la personalidad de las cosas. O de la emotividad objetuaria.
Para la mentalidad industrial, de la gente que vive en una gran ciudad, las cosas son objetos reemplazables. Bienes de cantidad. Se definen por su categoría y, sobre todo, por el valor económico. Es una visión bastante seriada y abstracta.
Pero en las sociedades de estirpe rural no ocurre así. Quizás por ese contagio de un entorno vivo, donde cada cosa tiene una existencia y una personalidad, los objetos resultan más singulares. Se aprecian sobre todo por su valor sentimental. Las cosas se humanizan, por decirlo así. Y mientras una persona de mente industrializada reemplaza sin remordimientos un objeto por otro igual o mejor, en las sociedades rurales cuesta mucho más hacer el cambio. Se tiende al conservadurismo no sólo por razón de las ideas, sino también por los sentimientos.
La casa sigue siendo el centro del mundo mallorquín, por más cambios y mestizajes que hayan ocurrido. Cada vez que se emplea la expresión Ca nostra, se está haciendo referencia a un concepto casi compartido de la casa. Un hogar, un refugio, un ofrecimiento hospitalario. El nostro no se refiere tanto a una propiedad excluyente como a un ofrecimiento abierto. Y de hecho, es un término paralelo a todos los protocolos de la hospitalidad: ofrecer una berenadeta, sentarse al lado del fuego, escanciar unas herbes.
Ese concepto de ca nostra se echa mucho de menos cuando estás fuera de la isla. Porque entonces te das cuenta de que, en cierto modo, toda la extensión insular es una especie de ca nostra. Vas de pueblo a pueblo, cruzas los términos municipales y las comarcas, pero es como si te limitaras a cambiar de habitación. Sin salir de la misma casa. ¡Qué diferencia con los territorios peninsulares, donde das unos pasos y ya te sientes en un lugar ajeno!
No es extraño, por lo tanto, que la casa también sea objeto de juegos de humor. Porque la afectividad isleña se ríe sobre todo de las cosas que aprecia. Es una forma un poco tímida de demostrar la ternura.
Si repasamos los nombres tradicionales, encontramos muchos nombres de casas con cierto acento humorístico o burlón. Cada uno de ellos sugiere una historia, o pone un acento socarrón en sus primeros propietarios. La lista podría ser larguísima:
Can Pa amb Oli
Can Garra Seca
Cas Xinos
Can Tic-Tac
Can Pelut
Can Filòsof
Can Papà
Ca el Beato
Can Pipiu
Can Gordo
Ca el Perdiu
Can Poca Farina
Can Gallina
Can Poca Son
Can Bailón
Can Granot
Can Poca Roba
Casa Salerosa
Ca la Sort
Can Mico
Can Cada Dia
Can Paparreta
Can Puceta
También es muy común la expresión "ca una puta", que se emplea para expresar lejanía tanto geográfica como vocativa: "Vés-te a ca una puta".
Pero la aplicación más divertida de esas ironías la encontré en una vivienda que se llama orgullosamente nada menos que: Can Tinflas.
¡Puro humor mallorquín!
No hay comentarios:
Publicar un comentario