El archiduque Luis Salvador escribió una colección de “Canciones de los árboles”. Y es ahora, a las puertas del otoño, el momento para emularlo. Estamos en la época en que ambas estaciones se intermezclan entre ellas con gran sutileza. Hace calor, pero los cielos comienzan a ser cristalinos, de colores muy subidos. De vez en cuando, una lengua de aire frescachón se desliza casi imperceptiblemente por entre las terrazas y las sombrillas. Se percibe un perfume más profundo, más matizado.
Y sobre todo los árboles nos hablan de la inminencia del otoño.
Ayer iba con mi bolsa de basura cuando, al pasar junto a un jardín, escuché el temblequeteo de las hojas de un gran árbol. No sabría decir de qué especie era, pero tenía ese sonido musical de los olmos o los chopos cuando sacuden suavemente su hojarasca, produciendo un murmullo parecido al de los festones de papel que adornan las verbenas veraniegas.
De repente, aquella canción arborícola, me evocó un sinfín de imágenes. Allí estaba yo, de pie, con mi bolsa, pero mi mente volaba. Me trasladaba a los ríos de montaña, a esos árboles que los orillan y que al mediodía se ponen a tocar la pandereta de sus hojas. Qué sonido más agradable, porque va siempre asociado al verdor, a la humedad, al olor dulzón de los aguazales.
Las hojas del árbol me adelantaban el tiempo en que los cielos se llenan de nubes pictóricas. En que el viento arrastra por el suelo miríadas de hojarasca muerta, como si fuese el flautista de Hamelín. Los días en que comienzas a cerrar las ventanas, rescatas las chaquetas, colocas por la noche una manta mientras escuchas caer la lluvia y el tronar de las tormentas.
La canción del árbol no sólo lo anunciaba, sino que removía en la bañera de mis recuerdos millones de memorias, de imágenes pasadas, de sensaciones indelebles en las diapositivas de tu mente.
Te devolvía esa sensación tan valiosa, y mucho más en las ciudades, de que formas parte de un todo mucho más grande que lo humano, inmenso. De ritmos lentos y repetidos.
Esta es la letra que nos cantan todos los árboles, sean como sean.
1 comentario:
la cancion más triste de los árbole suena después de un incendio forestal.
Mejor dicho no suena. Es la ausencia de los sonidos del bosque. Ni las chicharras.
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