En las conversaciones, aparece a veces un tema que me fascina. Cuando haces referencia por ejemplo a un hombre de campo, ya mayor. Y tu interlocutor hace un gesto admirativo, y dice: “Ah... Aquest era un homo antic”.
La sabiduría popular sabe retratar de forma muy sutil las diferencias. Y cuando alguien te menciona a un “homo antic” sabes que está haciendo referencia a una persona que no participa de estos tiempos. Es decir, que la primera característica resulta esencialmente exclusiva.
¡Un “homo antic”! Tiene unos resabios un poco homéricos, como si nos pudiésemos remontar a generaciones remotas, perdidas en la sombra de los tiempos. Porque la palabra “antic” contiene en sí misma una valoración positiva, un poco mítica. A no ser que se emplee de forma peyorativa, para indicar algo que está pasado de moda. Pero cuando te hablan de un “homo antic” no suele ser en ese sentido.
Un “homo antic” es como si fuese de piedra o de mármol, hecho de otra materia. Con unos valores bien distintos. En el caso de Mallorca, por ejemplo, el “valor de sa paraula”. Un “homo antic” no necesitaba contratos ni papeles. El compromiso se realizaba a partir del honor y el apretón de manos. Incumplirlo significaba una terrible deshonra, y era preferible la pobreza a semejante vergüenza. He aquí algo que, en este último período de especuladores, pícaros y corruptos, resulta absolutamente incomprensible.
Un “homo antic” es resistente, duro, sabe enfrentar la desgracia porque ha vivido en su vecindad toda la vida. No se lamenta cobardemente, sino que intenta sobrevivir con dignidad. Guarda las cosas inservibles que nosotros tiramos al contenedor, intenta trasmitir sus valores de otrora en un mundo que ya no le entiende.
He conocido a varios “homos antics”. Algunos no tenían instrucción alguna, pero estaban impregnados de cultura. De una cultura popular, de proverbios, rondallas y expresiones jugosas. A veces perdían la paciencia y daban golpes en el suelo con el “gaiato” irritados por la incapacidad de los otros. Pero en general eran pacientes, dignos, un poco ensimismados. Con ese carácter solitario de los luchadores.
De vez en cuando los veo. Por un camino, a bordo de un destartalado mobylete. Su sombrerito de paja, la piel cuarteada por el sol, las manos muy grandes. Dirigiéndose hacia un destino que cada día es un poco menos el suyo.
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