martes, 13 de diciembre de 2011

VIAJAR A IBIZA



Si hay una cosa que me pone de buen humor es viajar a Ibiza. El trayecto en barco tiene la duración perfecta. Ni muy larga ni muy corta. Lo suficiente para leer, pasear, mirar el mar. Sales por el centro de la bahía, contemplas Cabrera por babor y la costa de Calvià a estribor.

Muy pronto estás entre las dos islas, y puedes ver cómo Ibiza se perfila igual que en los dibujos de “Die Balearen”. Repasas la costa oriental, Santa Eulària, el Cap des Llibrell, y te llenas de recuerdos. Luego, entrar en Vila sigue siendo - a pesar de las monstruosidades portuarias que se siguen perpetrando - una maravilla. La silueta de Dalt Vila, las murallas.

Ibiza tiene paisajes que me llenan de sensaciones y memorias. Por aquellas cosas de la vida, todo cuanto me la evoca es favorable, pleno, agradecido. Pasear por la isla es una auténtica cura espiritual. El campo, las playas, la gente.

No puedes perderte una visita a Can Jordi, ese centro del mundo lleno de rockeros carcajadescos, buen queso y cervecitas. Ni un paseo por la bahía de Portmany, aunque te dé pena tanta obra sin acabar y tanto abandono.

Los días en Ibiza son felices. Y cuando coges de nuevo el barco, la isla se despide con un desfile de celajes hacia Formentera, lucecitas, perfiles azulescos. Respiras, y es como si se acabase un sueño.

Tal vez, como creían los primitivos, uno pueda escoger el lugar donde vivir después de muerto. Si así fuera, uno lo tiene muy claro.

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