martes, 27 de agosto de 2013

CAMISETA VIEJA



El ser humano gusta de lo habitual. Eso se traduce en muchas actitudes defensoras de las tradiciones y la rutina. Pero también tiene su equivalente en ciertas querencias más cotidianas.
El verano, por ejemplo, es el mejor momento para reencontrarse con la ropa vieja. Infeliz aquel que cambia constantemente de indumentaria y que se deshace de cuanto ha modelado el tiempo. Los meses fríos del invierno tal vez lo justifiquen. Pero el verano, con su informalidad y desenvoltura, es el reino de la camiseta vieja.
Cuando cambia la estación, lo primero que hago es repasar mi batería de camisetas viejas. Las hay francamente vintage. Propias del menester de ir a la playa o hacer la siesta al aire libre. Escojo cuidadosamente una y siento esa sensación tan especial de amoldarte a algo muy estrechamente.
Las prendas nuevas tienen apresto, huelen muy bien, realzan la cara y la figura. Pero hasta que se convierten en tu segunda piel transcurre un tiempo. Durante el cual justamente pierden tanta apariencia y compostura. En cambio, una camiseta vieja te abraza cariñosamente. Se deposita sobre tu espalda como esa mano afectuosa de un amigo. Se mueve ventilando tus alerones. Su color tiene aguas causadas por el tiempo.

De forma inconsciente, despierta en ti recuerdos y sensaciones del pasado. Hace que surjan imágenes de otros veranos, de otras noches y otras playas. Forma una entidad poética a pesar de algún agujero o "siete". Totalmente disculpable, teniendo en cuenta que es agosto.
Los objetos tienen su corazoncito. Y conservando esas camisetas holgadas, descoloridas, pasadas de moda, también expresamos una cierta reconciliación con nuestro pasado.

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