No hay nada más literario que el regreso de vencejos y
golondrinas. Estos días, me asomo a la ventana y los veo revoloteando por el
cielo. Vencejeando por los terrados. Te preguntas por qué justamente estas aves
han gozado de tanta bibliografía. Desde el popular "volverán las oscuras
golondrinas" de Bécquer a los capítulos dedicados a estos pájaros por
escritores como Ramón Gómez de la Serna o Cristóbal Serra.
Tal vez por su marcada
estacionalidad. Marcan el inicio de la primavera, el regreso del buen tiempo y
el calor. O quizás por su alboroto consustancial. Así como otras aves parecen
piar sólo en ciertos momentos comunicativos, los vencejos cantan sin cesar.
Como si se estuviesen enviando telegramas para ellos mismos.
Ves cómo se acercan a los
márgenes de los tejados. Y se introducen vertiginosamente en su nido, para
salir al poco. Siempre de forma estrepitosa.
Los vencejos tienen unas alas
enormes, desproporcionadas para su medida. Y vuelvan sin descanso. No se
balancean en los cables telefónicos, ni dan saltitos por el asfalto como otras
especies. Siempre vuelan y vuelan. Te los imaginas durmiendo en pleno vuelo.
Aprovechando esas caídas libres a las que se entregan para echar un sueñecito
antes de volver a empezar.
¿Por qué representan algo para
nosotros? Tal vez, por ese contraste tan vívido con la solemnidad inerte de la
ciudad, las paredes y los campanarios. La historia, el pasado, la piedra. Y
sobre ella, el alboroto inquieto de centenares de acentos circunflejos en
movimiento.
Quizás porque simbolizan los
impulsos genesíacos de la vida. Esos que laten en la Naturaleza y surgen y
rebrotan de la muerte y la desgracia, así como ellas vuelven después del frío y
del invierno.
O puede ser que representen
nuestros sentimientos más libres. Que sin previsión ni control, atraviesan el
cielo azul de las emociones cuando menos te lo esperas.
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