Tantas veces pasando por el mismo sitio.
Tantos días conviviendo con esos lugares. Y al final, comprendes que son
unos desconocidos. Te asombras por un descubrimiento inesperado. Eres consciente de que
en realidad nunca te has fijado en ellos.
Es una reflexión que surge en ocasiones a partir de elementos de la vida
cotidiana. Existe un ejemplo perfecto. Los dibujos, colores o relieves del
pavimento del suelo. Durante una época estuvo de moda el terrazo. Era común
encontrarse con piezas formadas con muchas imitaciones de piedras. De diferente
tonalidad y forma.
Cuántas veces has pisado ese suelo. Sin darle la menor importancia. De
repente, un día te sientas en el sofá. Dejas pasar el tiempo, y te entregas a
un pequeño ejercicio contemplativo. Esos momentos en los que contemplas
detalladamente todo aquello que te rodea, mientras tu mente viaja por otros
derroteros.
Súbitamente, en ese humilde terrazo descubres una cara, un animal, una
figura fantástica. Se compone de la combinación de varias de esas falsas
piedras. De manera que sólo sugiere esa imagen si la contemplas de determinada
manera. La has de buscar, descubrir. Pero una vez encontrada, te llama cada
vez. Atrae tu atención.
Aparece la cara de una mujer en el suelo. Y eso te hace pensar en la
posibilidad de que existan muchos otros personajes disimulados, escondidos.
Esperando el día en que por casualidad, des con ellos.
A
partir de ese momento, cada vez que pasas por ese rincón de la casa te detienes
para cerciorarte de que la cara de la mujer sigue allí. Como si no te lo acabases de creer.
Geografías ocultas que resultan mucho más emocionantes cuando regresas
años más tarde. Te reencuentras con un piso o un edificio donde has vivido.
Entras, y vas a buscar inmediatamente aquel rostro de mujer del terrazo. Y allí
sigue. Como si te hubiese esperado todo ese tiempo.
¿Es sólo una ilusión? ¿O en realidad transitamos por mundos escondidos
sin ser conscientes de ello? Y creemos equivocadamente que la única realidad es
la nuestra.