lunes, 23 de noviembre de 2015

LAS VELAS DE LOS MUERTOS


Si hay un sitio donde la estacionalidad resulta bien palpable es en el cementerio. Una vez al año, a primeros del mes en curso, todo cambia. Las familias acuden al camposanto. Lo llenan de flores y de adornos. Limpian las sepulturas. Los días 1 y 2 las familias transitan por las avenidas cementeriales, como si fuesen una travesía comercial. Y luego, regresa de nuevo el silencio, lo inmóvil, la soledad.
Las flores se van mustiando. Los adornos son arrastrados por el viento. Tal vez, el testimonio más emocionante son las velas.
Cuando las multitudes desaparecen, las velas siguen ardiendo. Las ves a lo lejos, como un pequeño resplandor rojizo. Tembloroso, irreal.

El cementerio vuelve a quedar vacío pero las velas continúan ardiendo como si fuesen la proyección de tantos deseos y sentimientos. A veces, en el interior de una cripta. A veces, en un rincón de la lápida. Bajo la fotografía borrosa de una fotografía, dando relieve a un nombre ya olvidado.

No es una luz cualquiera. Las velas tienen una entidad ligeramente sobrenatural. Como si, por un pequeño lapso de tiempo, los muertos asomasen la cabeza. Suspirasen. Y dejasen escapar toda su melancolía y añoranza a través de las oscilaciones de una pequeña llama. De un cuerpo de cera envuelto en un cilindro rojizo de plástico.

Las velas de los muertos tienen su propia vida. Quedan allí como náufragos en la inmensidad del cementerio. Al principio, en multitud. A medida que pasan las horas, cada vez más solitarias. Hasta que sólo unas cuantas supervivientes siguen alumbrando la oscuridad. Para apagarse finalmente en medio de la nada. Sin que nadie repare en ellas.

Todo lo que tenían de mágico y de vida interior cuando alumbraban, desaparece con su extinción. Una vez apagadas, se convierten en algo inútil, inservible. Requemadas, sin cera. Feas, secas. Son pasto de los contenedores sin ningún tipo de escrúpulo.

Lo mejor de su vida de vela lo dieron iluminando las noches frías de noviembre. Evocando el recuerdo de aquellos que no están entre titileos y súbitos temblores. Como pequeños espíritus de la noche cementerial.

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