(Foto: MAC)
Recuerdo constantemente a Cristóbal Serra, cuando se ponía
profético y enunciaba cosas del futuro. Despreciaba el dinero como valor, y
repetía que el fin de esta era estaba próximo. En plan apocalíptico, levantaba
las manos mientras los cabellos se le erizaban. "Estos tiempos acabarán
consumidos por el fuego".
Cada día que
pasa me hace pensar en lo acertado que estaba Cristóbal. Son tantas las
noticias que diariamente abonan esta tesis. Lo que pasa es que no viene tanto
ese fuego físico, que también. Esas llamas que consumen tierras enteras en
Portugal, o ese calor apabullante que derrite los casquetes polares.
No, estoy
convencido de que el fuego al que se refería es sobre todo moral. El fuego
espiritual de la avaricia.
A lo largo de
la historia se han producido muchos episodios donde el deseo ciego de poder y
dinero se anteponía a cualquier cosa. Pero quizás no se disfrazaban tanto como
ahora. Cuando todos aparentan respeto a las reglas que se dedican a trasgredir.
En nuestros días
asistimos a la combustión moral de todo tipo de valores. Todo por el dinero.
Ves perfectamente que no se trata de gente en estado de necesidad. Cuando la
búsqueda de medios económicos equivale a supervivencia.
Todo lo
contrario, el fuego de la avaricia consume sobre todo a los que ya tienen
dinero. A los que quieren tener más. Y cuando tienen más, desean más y más.
Como las llamas consumen un bosque. Ciegamente, abrasadormente, fatalmente.
Vemos desfilar
por la escena pública a gente de elevada condición, capaces de los mayores
desfalcos, engaños, fraudes y todo tipo de maniobras turbias. Cegados por el
deseo de acaparar más y más. Personajes a los que la sociedad a su vez venera.
Porque en algún lugar del corazón, a todo el mundo le gustaría tener una
situación semejante de abundancia.
Cuando el
fuego de la avaricia prende en el alma, nada lo detiene. Consume los valores
morales, el respeto a los demás, el afecto por las cosas bien hechas, la
creencia en la justicia o en las leyes. El fuego lo devora todo, como en las
hogueras de estos días. Y los personajes que se entregan a él acaban tostados,
carbonizados. Deseando todavía más y más.
Creo que sí,
Serra tenía razón. Esta tierra padece el peor de los incendios forestales. El
que no se apaga ni con bomberos ni con canadairs.
El que sólo se
combate con honestidad y conciencia.
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