sábado, 26 de febrero de 2011
MONEDEROS DE PIEL HUMANA
viernes, 25 de febrero de 2011
INAUGURANDO UN ESTUDIO
lunes, 21 de febrero de 2011
ESCUCHAR LO QUE NO ESCUCHAS
El silencio de la ciudad no es igual al que escuchas ( o “no escuchas”) en “fora vila”. Tiene aspectos musicales propios. Y en muchos caos resulta el gran desconocido de nuestra cotidianeidad.
Uno de los aspectos que más lo diferencian es la profundidad. En el campo, el horizonte sónico suele ser vertical: hacia arriba. Sales por la noche y escuchas el fragor de las hojas, alguna rama moviéndose, a veces incluso el murmullo del viento pasando entre los peñascales y las montañas. Pero, por decirlo de alguna manera, esa música te llega de mundos aparentes, identificables. Te parece incluso que las nubes hacen ruido al pasar por encima de la luna.
Sin embargo, la ciudad disfruta de una categoría singular. Los sonidos subterráneos, ocultos, imprecisos. Cuando callan las fuentes de ruidos concretos, como pueden ser los coches las motos, las músicas, las voces, aparece un run-rún casi inaudible. Como esos barcos tan grandes cuyos motores apenas se oyen, pero en cierta manera están ahí.
Un sonido hecho de muchos vacíos distintos. Desde las esquinas a los terrados, de las cloacas a las calles vacías, de las habitaciones cerradas a los balcones. Como si el silencio tuviera una especial capacidad para amoldarse a espacios complejos, igual que una plastilina del sonido.
No es igual el silencio de una iglesia vacía que el de un callejón, el de una fábrica cerrada que el de una habitación con la ventana abierta. Sin embargo, todos son silencios. Todos participan de una misma condición aunque no sean iguales. Es como si los silencios tuviesen texturas diversas, como ocurre con los tejidos. Los hay de terciopelo, de arpillera, de armiño, de seda o de tela de forro. Sólo que en lugar de pasar los dedos por ellos, nos dejamos impregnar por su cortina sonora.
En la alquimia de los procesos profundos, aquellos que nos afectan sin que seamos conscientes de ellos, también participa el silencio. Y en nuestro interior, cuando la voz del “yo” calla por unos instantes, tampoco son siempre iguales los silencios.
viernes, 18 de febrero de 2011
CON BRASSENS A MANACOR
viernes, 11 de febrero de 2011
EL SECRETO DEL ANTICUARIO
Los objetos tienen su vida secreta. Eso se sabe desde la más remota antigüedad. Lo que ocurre es que nos resulta difícil percibirla. Porque el contexto en que nos movemos premia siempre la movilidad, la rapidez, la inmediatez. Hacen falta unas determinadas condiciones para escuchar la voz silenciosa de las cosas.
Esa es la razón de que los anticuarios resulten siempre tan fascinantes. En ellos, los objetos hablan. Podemos hacer una prueba bien sencilla. Vayamos primero a una tienda convencional, de cualquier tipo. Paseemos por las estanterías, toquemos algunos productos. No sentiremos nada.
A continuación, entremos en un anticuario. Es como pasar de una calle transitada al interior de una catedral gótica, donde resuena musicalmente hasta el más leve de los murmullos. Allí, cualquier objeto por mínimo que sea te habla. Posee una especie de aura significante, evocadora de historias y presencias del pasado. Tocas un reloj de cadena, y te parece sentir la presencia metempsicótica de otros propietarios. Un señor bigotudo, con gafas de quevedo, dándole cuerda lentamente mientras mira el paso de los bergantines por el puerto.
Te quedas contemplando una pintura. Y es como si a tu lado se congregase un grupo de gente de otros tiempos. A tu lado. Todos aquellos que han tenido aquel cuadro en su habitación. Donde quizás nacieron varios niños, murió gente, hubo una guerra, se tramaron conjuras. La pintura lo contempló todo silenciosamente, inmóvilmente.
Pero, en cambio, ahora nos trasmite la sospecha de todos esos acontecimientos del pasado. Aunque no pueda contárnoslo directamente, nos despierta la cámara oscura de las ensoñaciones, las fantasías. Y si la compramos, nos sentimos afortunados. Porque pasamos a formar parte de la cadena intemporal de gente que ha vivido a su lado. Tal vez, cuando ya no estemos, esa pintura seguirá su camino. Pasará a otras manos. Y sus futuros propietarios se la quedarán mirando pensativos. Mientras nosotros, convertidos ya en uno de esas presencias invisibles del pasado, nos agrupamos con los otros espectros para llenarla de sueño y contenido.
Un anticuario es un lugar de solemnidad casi religiosa. Deberíamos dedicar al menos un rato cada semana a pasearnos por sus estantes. Ayuda a comprender la existencia.
domingo, 6 de febrero de 2011
EL VOTO DEL CONSUMO
Tiempos difíciles. Y también tiempos para cambiar de hábitos. Cada mañana Loreta abre su bar, comienza a preparar varias bandejas de tapas, que llenan la entrada de un calorcillo hogareño. Mabel también abre su café, cerca del muelle y las barcas. Enciende la estufa, pone en marcha la cafetera. Mira por los cristales esperando la llegada de algún cliente. Juan Carlos coloca cuidadosamente sus botellas de vino, mira y remira la decoración - muy sumaria, unos toneles y carteles “vintage”-, lo coloca todo en su sitio.
Como ellos, centenares de pequeños comerciantes levantan las barreras con la incertidumbre en el cuerpo. “No sé si podré pagar el alquiler”, “esto está cada día más flojo”, “hay días en que vienen dos personas”. Se esfuerzan porque la oferta de su pequeño negocio, sean las tapas, el café, el vino a granel, las verduras, la ropa, atraiga la atención de los viandantes.
En estos tiempos deberíamos empezar por cambiar nuestros criterios selectivos. Crisis las ha habido en todas las épocas. Pero nunca la gente dispuso de tanta información. Nunca supo de manera tan fehaciente quiénes son los que explotan a sus trabajadores, los que suben abusivamente los precios, los que cobran comisiones exorbitantes o te obligan a suscribir contratos leoninos.
La consecuencia es lógica. Ya que estamos en una cultura de consumidores, y el consumo es el motor principal, ¿por qué no ejercer ese otro voto del consumo? ¿Por qué no activar el voluntariado consumista?
Café por café, prefiero ir a los bares de Loreta o Mabel, que luchan por sacar su negocio adelante. Vino por vino, los de Juan Carlos. Y así sucesivamente. Sabiendo que el menos el dinero que pones en circulación, aunque sea poco, vaya a personas que conoces. Gente trabajadora y decente. Al mundo real y no las megafinanzas.
Ojalá pudiésemos hacerlo en todos los ámbitos del consumo. Pero por algo hay que empezar...