jueves, 23 de junio de 2011

SUEÑO DE GATO




Mi madre tenía un gato siamés gordo y perezoso. Pero que siempre me suscitó cuestiones metafísicas. Cada vez que te veía, bostezaba ostentosamente. Como para mostrar su indiferencia. Ni siquiera manifestaba avidez a la hora de comer su pienso.

Sin embargo, a veces sufría una especie de rapto mental. Y aun estando bien cargado de carnes, daba un salto portentoso y se colocaba en lo alto de un enorme armario ropero, para desesperación de mi madre.

Allá arriba, el gato se entregaba a un verdadero yoga mental. Se pasaba horas y horas totalmente quieto, con los ojos clavados en un punto impreciso. Sin moverse ni mostrar ninguna alteración.

Desde abajo, yo me lo miraba interrogante. Me preguntaba cómo debían de ser sus sueños de gato. Tan fuertes, tan precisos, como para resistir a veces más de un día en la cornisa de un ropero. Sin moverse, mirando al vacío. ¿Recordaba episodios de su infancia siamesa? ¿Soñaba con cacerías nocturnas? ¿Fabulaba? ¿Permanecía en un estado de semi-letargo?

Los perros resultan más transparentes en sus sueños. Gimen, mueven las patas como si corriesen. ¿Pero qué sueñan los gatos?

Generalmente, nos solemos arrogar el privilegio de lo espiritual. Como si el ser humano fuera el único en experimentar contenidos interiores. Pero ya me gustaría ver a alguno de nosotros en la experiencia del gato estilita. No seríamos capaces de aguantar ni una hora en lo alto de un armario, mirando a la nada.

Los animales tienen sus propios acontecimientos anímicos. Algunos, probablemente nos superan en percepción. A nosotros nos parecen todos iguales y los cosificamos injustamente. Cuando los gatos inventaron la disciplina yóguica mucho antes que la Humanidad.

Nosotros, que vamos todo el día de cráneo, abrumados por pequeños problemas, que desperdiciamos muchas veces el tiempo por quererlo aprovechar demasiado, tenemos mucho que aprender. De esos sueños intangibles, enigmáticos, profundos que tienen por ejemplo los gatos cuando están despiertos.