jueves, 11 de agosto de 2011

MENSAJE

Lo digital se ha introducido en nuestras vidas. Y con la imprudente insolencia del hombre de este siglo, lo damos como un sistema insustituible e infalible. Sin embargo, cada vez conservamos más cosas de forma virtual. Recuerdos y testimonios que, en puridad, no existen. Están en una memoria, en un disco duro, un cd. ¿Qué pasaría si un día colapsan esas tecnologías? De repente, una parte sustancial de nuestro arsenal de emociones y conocimientos se evaporaría, ¡buf!, como si nunca hubiera existido.
Ayer encontré un viejo contestador automático de cassete. Esos cacharros grandes y pesados que hace tiempo nadie utiliza. Porque ahora los mensajes también son virtuales. Hacía muchos años que no lo utilizaba, muchos. Así que lo puse en marcha con gran curiosidad.
De repente, fue como un viaje a los abismos del pasado. Allí estaba la voz de amigos míos hablando de actualidades que hoy ya son historia remota. Porque cualquier nimiedad, quince años después es puro testimonio. Podía escuchar voces infantiles de gente que ya son adultos. Referencias a cosas que había olvidado por completo.
Me di cuenta de que aquella revisitación electrónica ponía en valor esa microhistoria de la cotidianeidad. Conservada en este caso gracias a una tecnología obsoleta. Pero que hoy ya no es posible, por culpa de la virtualidad digital.
¿Es importante? Hay cosas que te tocan muy profundamente. Y que ello suceda, es garantía de que sigue existiendo un sustrato de humanidad. Necesitamos los ecos y los recuerdos del pasado.
Lo que más me emocionó fue que, después de uno de aquellos "bip", salió una voz nasal y risueña. Me quedé helado. Pertenecía a una buena amiga, que falleció hace ya más de nueve años.
Y desde aquel limbo electrónico me decía: "¿Qué? ¿Estás muerto o qué? ¡Llama!".

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